Recuerdo una canción, allá por el sesenta y ocho, cuando quien les escribe estaba en la tuna de ingenieros que decía: “Termina la feria y triste, yo me voy por la cañada, peguntando a las estrellas: ¿Por qué llora tanto mi alma? Senderos del caserón, al secárseme tus flores, me marcho sin ilusiones, porque no he encontrado amores; y la feria terminó.” Cuando el pasado día 20 bajaba por la Avda de Vilches, me paré a contemplar a los aficionados que abandonaban la plaza de toros, la mayoría de ellos - a excepción de los que embobados, contemplaban la belleza de sus bellas acompañantes, en una tierra como la nuestra donde la belleza de las mujeres está fuera de toda discusión -, bajaban cabizbajos preguntándose cómo su feria taurina que, antaño era brillante y exitosa, podía haber derivado hogaño en una serie insulsa de tardes en las que toros, toreros y jinetes, salvo poquísimas excepciones que a posteriori trataremos, llegaron y se marcharon, dejando apenas unas leves pinceladas para el recuerdo. Ausentes: El Juli, Morante, Manzanares, Perera, Roca Rey (éste por lesión) y solamente esperanzados por las inclusiones imprevistas pero acertadas de Paco Ureña y la del actual “tiburón” del toreo, el jerezano Ginés Marín, solo teníamos la pureza de Diego Urdiales y la docta presencia de Enrique Ponce.
A Pablo Aguado, de momento (y veremos por cuanto tiempo), no le considero entre los pilares esenciales para edificar una feria; al igual que una corrida de rejones que parecía más una reunión de compadres en una fiesta benéfica que una disputa por el triunfo en las Ventas(no se me tome a mal el ejemplo pues lo esgrimo solo en cuanto al carácter y actitud necesarios en todo espectáculo taurino). Pero siendo concreto, la carga de la prueba en cuanto al fracaso de esta feria, hay que echarlo a la elección truculenta de los toros por parte de los ganaderos (si, posiblemente sea cuestión de dinero y entrarían más protagonistas, pero el prestigio de una ganadería se ha de mantener; si no interesa, no se viene, pero venir a engañar, ¡Jamás!). Solo Zalduendo, estuvo al nivel mínimo requerido para la “Z” la divisa que el recordado Fernando Domecq, llevó al nivel de grande. El toro de la Palmosilla, aceptable. Torrestrella, no puede arrastrar su divisa gloriosa por el fango del toreo, lo que envió el día 17 era impresentable, inaceptable para quien le contratara y rechazable – de hecho lo fue – por los aficionados que pagaron una entrada para ver toros y no una moruchada, desigual, descastada y mal presentada que impidió a los jóvenes decir nada de su futuro.
Núñez del Cubillo, aún teniendo un mínimo listón exigible al tener en su cartel al catedrático actual del toreo y a la mayor promesa de la última década, lo que mandó estaba justito y flojito; y desde luego, no era esa una de las corridas seleccionadas con esmero por el ganadero gaditano.
Lo de los rejones del Niño de la Capea, no vale la pena ni de gastar tinta en nombrar semejante reata de mulos descastados. Y vamos con los toreros: Román lo intentó; pero no está aún para grandes trotes, la memoria del “tabaco” en las Ventas aún está fresca; y se ha de olvidar, o perderá el tren. David de Miranda, tiene pellizco, pero no tenía a quien pellizcar, sus mulos no servían para nada; y Luis David, torero de cuna, con fácil acceso a los carteles, es valentón y arrogante - Sí, ya se que ha toreado en dos plazas de primera, Valencia y Madrid y ha cortado una oreja en Bilbao - pero ha de curtirse pues el prestigio que otorga la cuna se diluye en las arenas de las plazas donde es el toro el que pide el DNI; su oreja, propia de la generosidad de un público preñado de buenismo.
Antonio Ferrera, estuvo en su línea, honrado, valiente y entregado en su deber, ¡Bien el torero extremeño! Diego Urdiales, es torero caro y largo, esencia pura y verdad inequívoca, aquí no le han sabido apreciar, - el Presidente, el primero – pero con los dos Zalduendos más complicados, dejó semilla de su torero grande de pureza extrema y dejó claro que ver a Diego Urdiales, es un lujo. Importante el torero riojano. Paco Ureña que, inexplicablemente no estaba en los carteles, en razón, tanto a su categoría de torero grande de una pureza extrema y escasa, como por su vinculación a esta tierra, demostró que inclusión fue una sorpresa agradable. Afortunadamente, Pablo Aguado, se quitó y con ello, hemos podido disfrutar del torero de Lorca que sembró de verdad y arte la arena de Almería. Actuación para el recuerdo que dejará huella. Paco es uno de los grandes del momento.
En cuanto a Enrique Ponce, ¿Qué quieren que les diga? Tiene torerío, sapiencia, valor, arte y poderío para hacer cien toreros. Llegó, hizo embestir(que no, toreó) a un mulo y casi le dan una oreja; trasteó a un descastado sin clase, toreando hacia fuera y con el pico, lo mató regular, le dieron dos orejas, se marchó al arrastrar al quinto y se nos quedó cara de tonto a los aficionados que tenemos idea de esto al ver que, con un toreo que en los años veinte se trataba como apto para novatos, porteros de finca, chicas de servicio y militares sin graduación, había abierto la puerta grande. Los grandes tienen eso, ¡Qué les vamos a hacer! Ginés Marín, entusiasma; es un auténtico tiburón del toreo actual, con valor, buen gusto, cabeza y oficio, no exento de arte; y con opciones de mandar en el escalafón; hizo el toreo bonito, el emocionante, el que gusta a todos, a veces también el de verdad y mató como un cañón.
Cuatro orejas entre el entusiasmo de un público con ganas de divertirse. Toñete, está aún verde, y para entrar en ese cartel son necesarios toros de garantía, la marca lo era, pero el producto no; y cuando hubo que tirar de oficio, no pudo. Oreja amable que, ni quita ni da. La corrida de rejones defraudó, tanto los toros, como los jinetes, solo los caballos estuvieron a gran altura. Lluvia de orejas inmerecidas que un presidente al que le viene grande el puesto, propició. Los mulilleros, enfermedad crónica de esta plaza, tomaron el pelo al Presidente, a los espectadores y a los aficionados, consiguiendo orejas “robadas”, todo ello tolerado por una presidencia, lamentable y más propia de una plaza de pueblo que de una plaza de capital de provincia. O cambia en su actitud ante la falta de seriedad de mulilleros y subalternos en el arrastre; y en su ligereza con el pañuelo; o la plaza de Almería se convertirá en “La Charanga del tío Honorio”.
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