En aviación se conoce como “punto de no retorno” el momento de una ruta en el que es físicamente imposible volver al punto de despegue por falta de combustible y hay que continuar hacia adelante porque el regreso deja de ser una opción. Es un concepto fascinante en el que no conviene pensar de noche, sobrevolando el Atlántico a 30.000 pies de altura, y que podemos trasladar a otros terrenos menos sobrecogedores. O no.
Por ejemplo, acaban de conocerse unas declaraciones del director ejecutivo de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), Antonio María Avila, que nos hacen pensar que el problema educativo en España ha alcanzado ya ese punto donde es imposible tomar tierra con seguridad y vamos disparados hacia un destino tan incierto como inquietante. Según este directivo, que representa a la mayoría de editoriales que publican los libros de texto, cada región presiona para que los manuales educativos reflejen la historia, la geografía o la economía que en cada momento interesa al partido que esté gobernando esa comunidad.
Diecisiete autonomías con diecisiete sistemas educativos diferentes, descoordinados y raramente complementarios. Diecisiete consejeros o consejeras tratando de adecuar las diferentes asignaturas al “relato” de cada comunidad. Y así, en Cataluña no se estudia a los Reyes Católicos porque su reinado configuró España y en Canarias no se estudian los ríos, porque allí no hay. La alarma salta al ver que para una misma materia tan carente de matizaciones regionalistas o históricas como las matemáticas existen en la actualidad casi una veintena de manuales diferentes. Y miren, si todo esto funcionase y los niños españoles estuvieran preparadísimos y fueran cultísimos, pues lo podríamos dar por bueno, pero vean cada año los informes PISA y échense a temblar por lo que tenemos y, sobre todo, por lo que nos espera. Hemos pasado el punto de retorno y sólo cabe seguir hacia adelante, abrocharse el cinturón y rezar.
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