La política se achica mientras los sucesos se desbocan. La política, reducida a un ir a elecciones que nada eligen todo el rato, apenas incide ya, aparentemente, en la vida de las personas, a menos que éstas encuentren interesantísimo que el PSOE y Podemos no puedan ni verse o que la derecha, imbuida del misterio bíblico, discurra el modo de ser una sin dejar de ser trina. Los sucesos, por el contrario, suscitan cada vez más curiosidad, siquiera ésta sea del género malsano que algunos medios, demasiados, expenden groseramente y en cantidades industriales.
La propia política, lo que queda de ella, genera sus sucesos, pero al tratarse invariablemente de desfalcos, estafas, sirlas, saqueos, expolios, mordidas y demás variantes del robo, cual el de la Púnica cuya vista oral echa a andar ésta semana, parece haber perdido fuelle ante la parroquia por haber ésta normalizado de alguna manera el bandidaje entre las clases rectoras. Son los sucesos más difíciles de normalizar, aquellos que aluden al monstruo que el ser humano lleva dentro, que todos llevamos dentro, los que éstos días se erigen como dioses perversos de la actualidad.
Sabido es que todos, por ser todos básicamente iguales, llevamos dentro la semilla que en los asesinos, en los pederastas o en los violadores germina torcida y violentamente, produciendo tanto daño. Las depredaciones sexuales en manada, la violación sistemática de niños como la perpetrada en la Abadía de Montserrat durante treinta años, los navajazos mortales porque sí en las calles y en los bares, el feminicidio que se cobra el mismo número de víctimas cada año o el asesinato de un niño encantador por celos y envidia, no son crímenes ejecutados por alienígenas, sino por hombres y por mujeres como nosotros.
La política, el arte de la convivencia, es, por delegación del común, la encargada de atajar con sus planes, su fuerza y sus herramientas esa deriva criminal de la semilla humana que, como puede apreciarse, se ensaña particularmente con los niños, pero no hay política. Sólo la hay de pasillos, de ambiciones personales entre mediocres, de partido y de granujas en tantos casos. Al no haberla, al no haber plan, ni proyecto, ni determinación, ni voluntad de mejora, ni generosidad, ni talento, lo que hay son sucesos, sucesos tan trágicos como evitables, sucesos horribles que sólo hablan, en el fondo, de nosotros.
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