José Luis Masegosa
01:00 • 17 oct. 2011
Se reúnen en parques, plazas, jardines y calles, y en locales abiertos. Por lo general se aprovecha la bonanza climatológica para hacer más visibles actitudes y conceptos ante la crianza de los hijos. Defienden con sólidos argumentos la conveniencia de amamantar con leche materna a los lactantes y esgrimen numerosas razones saludables para promover esta práctica entre las madres. Son las protagonistas de las tetadas, encuentros públicos organizados para fomentar el hábito de amamantar a los hijos.
La historia del arte ofrece numerosos y brillantes ejemplos de la relevancia humana del hecho de amamantar, con destacadas obras pictóricas y escultóricas acerca de esta actividad materna. Este importante episodio de nuestras vida nos proporciona, en ocasiones, inesperadas satisfacciones que a lo largo de nuestra trayectoria vital podremos reconocer, porque quién no conoce a alguien que cuente entre sus familiares y parentescos algún hermano o hermana de leche, esos ciudadanos con los que no tenemos vínculo de consaguinidad, pero sin embargo sí estamos unidos a ellos por un vinculo lácteo, el de haber sido alimentados y crecidos con la misma leche y con los mismos pechos. Esas madres circunstanciales nacidas de la más primaria necesidad, la de ser alimentados, merecen un eterno reconocimiento. Acaso el hecho de haber crecido al amparo de la leche materna de Josefa Ramírez, mi madre de leche, me haga sentir cierta sensibilidad por estas cuestiones.
Al término de una de las últimas tetadas a las que asistí por razones laborales, una de las protagonistas hablaba del ayer y del hoy de la lactancia infantil. Asombrada me contó un caso verídico acaecido en el cortijo “La Venta”, en el norte de nuestra provincia. El hijo lactante menor de una familia campesina no cogía peso de ninguna manera, por lo que su madre, que tenía siempre disponibles sus pechos para él, incluido su descanso nocturno ya que dormía en su regazo, optó por consultar al médico de cabecera, ya que el pequeño presentaba también algunas heridas en la boca. El facultativo mantuvo el silencio ante la mujer, pero advirtió al marido que durante la noche vigilara la alcoba cuando el menor mamara. Así lo hizo y el preocupado padre no tardó en descubrir el origen de la desnutrición de su descendiente. Mientras la mujer dormía junto a su hijo una culebra sigilosa mamaba del pezón de la madre, quien ajena a tal circunstancia pensaba que alimentaba a su pequeño. Aquella campesina, me reconocían, no necesitó nunca asistir a una tetada para valorar la alimentación materna.
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