Miles de españoles están activando estos días los mecanismos postales necesarios para dejar de recibir en sus buzones la carísima y escasamente útil propaganda electoral de cada campaña. Y este gesto tiene dos lecturas que deberían de llevar a la reflexión a más de uno. De entrada, es un mecanismo de respuesta ante el hartazgo de una nueva vuelta a las urnas en pocos meses, después de un largo y hueco proceso de escenificación por parte del irresponsable presidente Sánchez, que no ha encontrado escenario propicio en sus pactos y prueba a ver si una nueva convocatoria le deja un escenario más adecuado a sus interesas. Tener España paralizada durante meses es algo secundario para el Dr. Fraude. Y segundo, es una muestra más de que nuestro sistema electoral permanece anclado en inercias y prácticas que, más que antiguas, se enmarcan ya en el terreno de lo arqueológico. A día de hoy, recibir en el buzón un envío postal con propaganda electoral es un fastidio que llena las porterías de papeles, incomoda a los vecinos y genera una sensación de derroche que produce rechazo. Ahora, cuando los mensajes de campaña nos llegan constantemente al teléfono o al ordenador y los medios nos ofrecen la última hora de cada uno de los partidos, empeñarse en seguir con los mismos sistemas de la Santa Transición es un síntoma de desconexión con la realidad, como también lo es el mantenimiento de la fantasmagórica jornada de reflexión y la prohibición de difusión de encuestas. Y del mismo modo que hay muchos que ya se protegen del bombardeo en papel, estoy seguro de que dentro de muy poco (o quizás ya exista esta posibilidad aunque la desconozca) se diseñe una aplicación o sistema que permita a la gente inhibirse de los mensajes y anuncios políticos que llegan a sus dispositivos móviles. O eso, o que llegue una generación de dirigentes políticos menos egocéntricos e insensatos.
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