La salida de Franco del Valle de los Caídos. La quiebra de Thomas Cook, tan lesiva para el turismo en España. La inminente sentencia contra los presos catalanes. La detención de siete CDR a los que encontraron preparativos de fabricación de explosivos: ¿vuelve Terra Iure o estamos exagerando? Me dejo en el tintero muchas cuestiones igualmente polémicas. Yo espero de mis líderes políticos que tomen posición sobre estos y otros temas. No he escuchado nada a Iñigo Errejón. Y este silencio le resulta, por lo visto, rentable: nunca nadie, desde la callada por respuesta, obtuvo tantas portadas en los medios. Sobrevalorado, dicen sus detractores. Yo, conste, no lo soy.
Sé que hay cosas más importantes que la exhumación del dictador, sobre quien polemizamos ahora ¡cuarenta y cuatro años después de su muerte! Pero, ya digo, me gustaría ver en qué lado se posiciona Errejón. Y quiero escuchar sus críticas concretas a la deriva de Podemos de la mano de la pareja Iglesias-Montero. Deseo conocer con qué programa de regeneración concurre a las elecciones. Conozco (poco, porque ya digo que hablar con él no es cosa sencilla) a Errejón y a veces me ha deslumbrado la lucidez de su pensamiento, no coyuntural ni improvisado, cuando ha tenido a bien hacernos vislumbrar por dónde se mueve su cerebro. Y otras veces me ha sorprendido su inacción, el ritmo paquidérmico que impone a sus movimientos. Hace propósito de la enmienda en sus inaceptables posiciones sobre Venezuela, y yo le elogio. Pero eso no basta como ideario político.
Son muchas las reformas, los cambios, la regeneración, que España precisa. Si aceptamos con ilusión, o al menos con cierta esperanza, la llegada de una cara nueva a la política nacional -en la madrileña hizo poco, la verdad: ¿llegará lejos sin Carmena?- , lo lógico es que también le escuchemos decir cosas nuevas. Sus soluciones a los ya viejos problemas: la reforma de la Constitución, la electoral, la profundización en la democracia y la igualdad. Todo lo que los actuales líderes de Podemos no han podido, ni sabido, tal vez ni querido, plantear. Hace ya tres años, cuando comenzó a distanciarse de su compañero Iglesias, opiné en un libro -El Desengaño- que Iñigo Errejón era una esperanza de aire fresco para la izquierda, sin estar del todo seguro de que a esta España se la pueda seguir dividiendo en 'las derechas' y 'las izquierdas'. ¿Es capaz Errejón de una mayor transversalidad? ¿O lo suyo va a ser una sigla más en la sopa de letras? Para eso, mejor que no se presente.
Errejón, que es como la Greta Thunberg de la política española, cae bien. Su aspecto engañosamente juvenil -es joven, pero no tanto-, sus actitudes moderadas, su lenguaje suave, ganan voluntades, pero a veces uno no sabe bien por qué, y conste que ya digo que me parece una esperanza de avance en la anquilosada izquierda española; solo falta que Errejón nos muestre que él no está también anquilosado, que es un tipo normal capaz de hablar de tú a tú con el ciudadano en la calle, sin clichés, ni dogmas políticamente correctos. Capaz de escuchar las voces que piensan que, desde las alturas políticas, hoy ni se les oye. Capaz de imaginar soluciones viables a problemas que, es verdad, él no ha creado.
No sé si viene a echar una mano de pintura a un PSOE lleno de Adrianas Lastra o a cargarse a Podemos para luego, y eso es necesario, refundarlo. Entre Pablo Iglesias y él, me parece que mucha gente se queda con él. Pero que nadie piense que va a arrasar en el Parlamento este 10-N. Le falta partido, gente, sedes. Y un discurso ilusionante más allá de los resentidos con la actual formación morada y con los que, en el PSOE, piensan que Pedro Sánchez les ha fallado. Habla, Errejón, habla, o calla para siempre. Y este miércoles es el día; no queda más tiempo.
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