Los rehenes de sus propios miedos y temores, los cerrados de mente y huérfanos de corazón muestran su rechazo al diferente y se convierten, en estos tiempos de vergüenza, en guardianes irracionales de territorios y fronteras. Frente a ellos, los abiertos de mente y generosos de corazón, acogen, apoyan y ayudan a quienes los conflictos, las injusticias y las discriminaciones sociales y económicas les llevan a la vulnerabilidad y a la pobreza.
Son los migrantes, refugiados, desplazados y víctimas de tratas que - como subraya el documento del Papa “No se trata solo de migrantes”, con motivo de la Jornada del Migrante y el refugiado, celebrada ayer,- “son el emblema de la exclusión porque, además de soportar dificultades por su misma condición, con frecuencia son objeto de juicios negativos porque se les considera responsables de los males sociales”.
Una de estas vidas, la de Leticia, como las de otros muchos migrantes,se ha escrito con tinta de dolor sobre renglones de sacrificio, esfuerzo y amor. Leticia regresó por segunda vez desde Nicaragüa, su país, a Andalucía, hace un par de semanas. La conocí por medio de su prima Esmeralda que, como ella, se dedica a cuidar y a atender a personas mayores. Es la tercera hija de una efímera familia del pequeño pueblo de Camoapa, en el departamento de Boaco, que fue abandonada por el padre, en tanto que la madre se vino a la vecina comunidad de Murcia, donde trabaja en las plantaciones de hortalizas. Leticia quedó en casa de su abuela materna, donde, según confiesa, era la cenicienta, ya que cargaba con todas las tareas y trabajos domésticos, por lo que apenas pudo asistir a la escuela, pese a que siempre albergó el sueño frustrado de estudiar y ser maestra. Con tan solo dieciocho años dio a luz un niño, fruto de su primera relación con un joven menor que ella, por lo que se trasladó a vivir a casa de los padres del progenitor, quien, tras dejarla embarazada de una segunda hija, se desentendió de toda la familia y ella quedó al amparo de su suegra. En tan compleja situación, Leticia pidió ayuda a su madre, quien le sugirió que se trasladase a nuestro país, pero que no contara con su colaboración.
Divorciada, gracias a los contactos de otros migrantes residentes en nuestra comunidad, Leticia vino a Andalucía, en tanto que dejó a sus dos hijos con su suegra. No tardó en encontrar ocupación como cuidadora de algunas personas mayores en diferentes ciudades andaluzas, hasta que quedó encargada de una pareja de ancianos, a quienes ha atendido hasta el fallecimiento del varón, si bien ahora continúa con la viuda.. De trato exquisito y afabilidad extrema, Leticia no se resigna a vivir siempre de su actividad actual, por lo que no cesa de ampliar conocimientos mediante la utilización de internet, y ya ha realizado varios cursos online de formación profesional en diversas materias relacionadas con la gerontología.
La red no solo le ha permitido adquirir nuevos saberes, sino que gracias a ella ha podido comunicar durante los últimos cinco años con sus hijos, a quienes procura que no les falte de nada, sobre todo alimentación, limpieza y educación. Dada su situación personal, Leticia no ha podido cumplir su mayor deseo durante los últimos cinco años : abrazar a sus hijos. Regularizada su residencia española, esta joven de tez oscura, mirada profunda, de ojos oscuros y sonrisa eterna, ha viajado a Nicaragüa, donde durante un mes solo ha hecho una cosa: amar y querer a sus vástagos como a ella nunca nadie la ha amado ni querido. Andalucía es ahora su tierra y Leticia tiene otro sueño: traer a sus hijos y asentar aquí su nueva familia. Y es que Leticia es nombre de madre.
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