La central térmica de Carboneras se instaló en el horizonte de nuestras miradas en 1985 plantando una chimenea descomunal entre el cielo y el rompeolas. Eso reactivó la vida del viejo pueblo pesquero que se atraganta en la boca de los supersticiosos permitiendo que todos los alcaldes elegidos desde entonces presuman de dinamismo económico y modernidad industrial. A lo largo de estos años ha sido uno de los centros productivos de energía más activos de toda España y hasta hace pocas semanas tenía previsión de funcionamiento hasta 2035.
Pero la central es noticia de última hora porque ENDESA, que es la empresa propietaria, ha anunciado su cierre. A pesar de contar con el certificado de gestión medioambiental ISO 14001 de AENOR, el uso de carbón como combustible es ahora incompatible con las nuevas políticas de protección del entorno y la responsabilidad energética. Adiós carbón, hola renovables. Y parece bastante razonable que la política energética de nuestro país atienda los criterios de equilibrio ecológico y que protejamos nuestro litoral y todo eso. Ahora bien, del mismo modo que prestamos atención a los jóvenes cuando van por las calles gritando que no hay un planeta B, me pregunto si alguien se acuerda ahora de todos los trabajadores de la factoría y si existe algún plan alternativo para ellos y sus familias. Convendría prestar un poco de atención a Carboneras y ver qué futuro se cierne sobre un pueblo en el que, por respeto a los protocolos medioambientales, se cierran las empresas que aportan riqueza, al mismo tiempo que se impide la apertura de proyectos creadores de empleo como el hotel del Algarrobico. Si dentro de unos meses las familias se marchan, se cierran negocios y se empieza a alargar la sombra de la chimenea sobre el pueblecico, a ver si viene algún gurú -o alguna niña hiperventilada de esas- y nos tranquiliza diciendo que la pobreza es triste, sí, pero muy ecológica.
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