En el año 1850 se inauguró el embalse de Isabel II de Níjar, una presa que debía recoger las aguas de lluvia caídas en Sierra Alhamilla, pues son las que alimentan las ramblas que atraviesan el término municipal. En el año 1871 la presa ya estaba totalmente inutilizable porque, según estudios posteriores, la ingeniería fue impecable en la construcción de la presa y la red de distribución, pero falló en la planificación de la fase de recogida, de alimentación del embalse, por el tipo de lluvias que recogía y su procedencia. Es decir, lluvias ocasionales, torrenciales, que llegaban en avalancha desde la sierra y arrastrando barros, lodos y materiales que en pocos años llenaron la zona de retención, pero no de agua, sino de sedimentos. Estos mismos efectos se han producido esta vez en las ramblas, pero en una sola jornada y no en veinte años.
Las recientes lluvias de la ya famosa DANA que han asolado Níjar no son únicamente la consecuencia de lo caído sobre el campo de Níjar, sino de lo que cayó en Sierra Alhamilla que, en su búsqueda de camino hacia el mar, se juntó con el caudal ya acumulado en la propia comarca. Junto a millones de litros de agua que bajaron de las montañas, miles de toneladas de barro anegaron las ramblas hasta el punto de anular sus cauce y encontrar nuevos caminos que arrasaron cientos de hectáreas de invernadero.
Hay una consecuencia posterior a los daños del momento concreto de la lluvia, y es precisamente la desaparición de los cauces, una situación que debe revertirse de manera extraordinariamente urgente no sólo por la protección de Níjar, sino por todo lo que hay desde nuestra comarca hacia el mar. Dicho de otra forma, o se arregla el problema desde aquí o eso de ir en canoa desde Pujaire a Cabo de Gata no va a ser un hecho puntual ni ocasional.
Para que se ha hagan una idea de lo ocurrido, el nombre técnico que lo define casi que lo dice todo. En Níjar se ha producido un fenómeno que se llama avenida de periodo de retorno de 1000 años. Significa que cuando se planifican las zonas inundables se establecen modelos teóricos de avenidas de 50, 100 y así hasta los 1000 años, que es algo tan improbable que prácticamente se calcula sólo como algo anecdótico. Pues en esta ocasión la ficción ha superado la realidad y no sólo se ha llegado a esos supuestos, sino que los ha sobrepasado sin ningún tipo de referencia anterior. Y el segundo problema es que no se ha producido en una sola rambla, sino en varias.
El agua ha encontrado un nuevo camino y los sedimentos han cegado parte de los cauces o caminos naturales por los que normalmente circulan esas aguas. Sólo se han mantenido algunos tramos que, mira que casualidad, estaban perfectamente canalizados por la mano del hombre. Vamos, que fueron hormigonados.
Lo que yo les traslado hoy no es la reivindicación de que se encaucen todas las ramblas o las más peligrosas, que no estaría de más, sino que sencillamente se actúe en el origen del problema.
No es normal, ni coherente, ni leal, que se haga un uso político de los efectos de las lluvias para repartir fondos dependiendo de las llamadas que se hicieron al 112 o de las afinidades de la administración autonómica con uno u otro punto. Lo que ocurrió hace unas semanas en Almería ha generado una emergencia social, no una oportunidad para manejar dinero en obra pública y es ahí donde tiene que imperar el principio de coherencia.
Dicen que el que avisa no es traidor, y el agua, Sierra Alhamilla y el estado de las ramblas ya han avisado. Ahora toca ser conscientes de la realidad, de los riesgos y, sobre todo, toca trabajar para no ser tan atrevidos como para tropezar otra vez con la misma piedra.
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