España es un país propicio a dejarte estupefacto. De vez en cuando, por ejemplo, te enteras que tomar un tren en Badajoz para llegar hasta Madrid, o viceversa, puede ser una aventura semejante a viajar en el Transiberiano. O bien, una de las ciudades de la Unión Europea, como Barcelona, se transforma, poco a poco, en aquél Nueva York de finales de siglo, donde tomar el metro era arriesgarse a un robo o un atraco. También puede ser que una de las islas más deliciosas del Atlántico, Tenerife, se quede sin energía eléctrica ¡durante nueve horas! Puede haber cortes de luz en cualquier país desarrollado, pero suelen durar pocos minutos, salvo que estemos hablando de un huracán desolador, unas inundaciones terribles o un devastador terremoto. En Tenerife no hubo ningún huracán, ni inundaciones, ni terremoto, pero docenas de personas quedaron atrapadas en los ascensores, los frigoríficos se descongelaron con rigurosa lógica, y menos mal que era un día festivo, porque entonces las fábricas hubieran quedado congeladas, no de frío, sino de incapacidad.
Aunque estoy en primer curso de electricidad, he colegido a través de las explicaciones del representante de la Red Eléctrica Nacional, que falló una subestación y Tenerife no está conectada a ninguna otra isla. Quiere decir que si en Castellón falla una subestación, rápidamente le puede llegar energía de Tarragona, de Valencia o de Teruel, pero parece que en Tenerife se caga una gaviota sobre la subestación, se oxida un tornillo, y se hunde la distribución de la energía en toda la isla, donde los miles de turistas pensarían que el avión les habría dejado en algún país de África y no en Canarias, archipiélago que está dentro de la Unión Europea.
Naturalmente lanzar un cable submarino que interconectarse las islas es caro. Y, además de caro, no se suelen cortar cintas, ni hay inauguración, porque son obras largas. Así que los gobiernos creen que son cosas de las que ya se ocupará el gobierno que venga. Es decir, que podemos seguir a ciegas.
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