No era el lugar más cómodo del mundo, ni tampoco el más amplio. Una pequeña tarima hacía las veces de escenario y unos desvencijados instrumentos de metal y algún que otro cartel adornaban sus paredes. He recordado mucho el Georgia en estos días previos a la reciente charla ‘El Jazz en Almería’. Santi Lardón rememoró algunos de los miles de recuerdos que atesora en su mente, pero cada cual acumula sus vivencias y yo tengo las propias.
Para llegar a aquel lugar tenias que enfilar la estrecha y casi siempre oscura calle Padre Luque, que hasta en eso nos transportaba mentalmente a un callejón del corazón de Nueva York. En los ochenta para un adolescente como yo era toda una aventura tocar a su timbre, esperar a que desde el pequeño ventanuco te diesen el visto bueno y acceder a ese templo de la cultura jazzística, situado en pleno centro de la más inaccesible de las ciudades de nuestro país. ‘Georgia está en Almería’, escribió una vez Muñoz Molina en el ABC, quien también se vio sorprendido por ese oasis en semejante desierto.
A ráfagas recuerdo, por ejemplo, el respeto que me imponía el Sera cuando me miraba fijamente antes de soltar un seco ‘¿qué te tomas?’ y me asaltan olores de noches de primeras catas alcohólicas con sabor a chocolate y coñac - lumumba creo que lo llamaban – en las que soñaba con ser pianista escuchando a Chano tocar Giant Steps o Falling Grace, me dejaba impregnar por el punzante saxo del gigante Malik Yaqub y hasta me adormecía levemente en algún largo solo de los que el gran Lou Bennet tocaba con sus puntiagudos y ajados zapatos en los pedales de su Hammond.
Un ambiente cargado de humo y alcohol en el que unos pocos adolescentes nos mezclábamos con cierta timidez con los primeros buenos aficionados y algunos futuros músicos de prestigio de nuestra tierra. También recalaban por allí algunos figurones – lo que ahora se llama postureo – que solo pretendían estar en el lugar más ‘chic’ de nuestra provinciana sociedad y dejarse ver. Ser un verdadero aficionado al jazz en nuestra ciudad – y me refiero a escucharlo cuando nadie te ve - siempre ha sido duro, así que imaginad lo que significó para mí un local en donde tenias cierta garantía de que sonasen al entrar Coltrane, Miles u Oscar Peterson, cuando en el resto no pasaban de Alaska, Nacha Pop o Los Secretos. Un recóndito lugar donde la veracidad de la música te entraba por los poros, con sus ejecutantes a escasos centímetros de ti. Me dejó una huella tan profunda que hoy es el día en el que desearía, aunque solo fuese en un sueño, poder volver al Georgia.
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