En la semana que cierra ha tenido cierto papel relevante en el ‘mediateo’ público tres conceptos emparentados: la sonrisa, la risa y el rictus.
No hay nada más bello que la sonrisa de un bebé, nada más profundo que un anciano con alzheimer que se agarra a su vida al sonreir ante un rostro conocido sin nombre. En nada de esto pensaba el general Pedro Garrido, jefe de la Guardia Civil en Cataluña, cuando afirmaba de lo vivido en Cataluña en un discurso el pasado miércoles:
“...la realidad de que las pretendidas sonrisas revolucionarias se convierten, con más facilidad de la que cabe pensar o desear, en tan solo el rictus que disimula el odio y la mezquindad capaz de generar destrucción, dolor y sufrimiento...”.
No deja de ser cómico y autorreferencial que un señor con un sombrero así hable de sonrisas pero los Teté (Torra/Torrent) se han puesto serios y solemnes para hacerse de nuevo los agraviados.
Pero lo cierto es que el jefe ‘picoleto’ dijo verdad. El eslogan “la revolución de las sonrisas” esconde uno de los procesos de propaganda y expansión del odio entre un grupo humano más intensos de los últimos años en Europa. Coherente por otra parte, pues nació del sonriente Pedro Bello del otrora catalanismo conciliador y responsable, el niño bonito de los Pujol, Artur Mas.
En pocas horas se sabrá la sentencia de aquellos golpistas o paragolpistas sonrientes, bien hablados y bien educados, con ese tono suave de cura que le aconsejaba a los represaliados por Franco que si se arrepentían irían al cielo tras su fusilamiento. Ahora, ¿quién de estos ‘curas independentistas’ como Torra se atreverá a llamar ‘fachas’ o franquistas a los que casi al mismo tiempo están sacando de su tumba al dictador? Da risa la coincidencia.
No le recuerdo ni una sola sonrisa al ‘abuelo Paco’ en sus últimos años. Quizás al pescar un mero gigante de esos que les colocaban en el anzuelo para el NO-DO. Los niños de aquel franquismo goteante le poníamos sonrisas a algo tan serio cantando aquello de “Franco, Franco, que tiene el culo blanco porque su mujer se lo lava con Ariel”. Espero que los jóvenes meapilas revisionistas de hoy no nos acusen de blanquear la sangrienta dictadura (redoble: ta chán). Nunca hubo tanto humorista y menos sentido del humor en este país. ¡Malditas ideas serias!
Los TeTé han vuelto a tirar de fakenews y atacar primero como aquella estrategia que teníamos de niños: “¿Quién se ha peíooo que huele a cocío?”. Los dos presidentes de las instituciones catalanas han dicho aquello de “¿Quién tiene las manos rojas? Quien las tenga ha sido”. Fake news de patio de colegio franquista.
¿Cuándo van a dejar de mentir a sus seguidores y defender abiertamente sin ardides retóricos que cualquier secesión es dolorosa, violenta, que es cortar, diseccionar, arrancar y excluir...que no es cuestión de sonrisas?
Torra apenas ríe. Me encantaría verlo reir como el Joker, cuya película en cartelera busca una explicación a la maldad de este personaje némesis de Batman. Su guión busca explicar la vileza destructiva del personaje y es tan disparatado como todo el procés vivido en Cataluña y usado en el resto de España. En los dos se van acumulando agravios, uno tras otro. Odio y rencor. Y al final, la calle es incendiada por personas con caretas de payaso, con ese rictus del que hablaba el respetable picoleto servidor de la ley que he recordado al inicio.
Los teté vuelven a proclamar serios e impostados la “desobediencia civil”, pero no la suya, sino la de los ciudadanos engañados y sonrientes. Ese ejército desarmado de funcionarios, jubilados y estudiantes que prepararon con globos y fiestas en las calles durante años. ¡Desobediencia civil! , la de Martin Luther King. Como si matar la convivencia fuera igual que luchar por la igualdad de los negros. Lo suyo es más bien ‘V, de Vedetta’ o Casa de Papel, una mascarada de ficción.
Como la sonrisa sin gato Chesire. Ya lo dijo Alicia en el mundo surrealista creado por Lewis Carroll. “He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin gato! ¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida!”, decía la niña en el País de las Maravillas. Así se quedarán, con su sonrisa como rictus pero sin independencia.
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