El Escorial de la Plaza Vieja

Las obras del Escorial, paradigma español del fárrago arquitectónico y administrativo, comenzaron en 1562 y finalizaron en 1584. Es decir, que en el S. XVI, para diseñar y levantar a mano y a ojo un complejo que incluye un palacio real, una basílica, un panteón real, una espectacular biblioteca, un colegio y un monasterio, fueron necesarios veintidós años de trabajo. El edificio del Ayuntamiento en la Plaza Vieja, cuya rehabilitación fue anunciada por el equipo de Gobierno (PSOE+IU) y la Junta de Andalucía gobernada por los socialistas en 2001, aún sigue en obras en 2019. Han transcurrido dieciocho años desde que se empezó a hablar de la necesidad de reforzar el viejo edificio de finales del S. XIX para dotar así a Almería de un Ayuntamiento moderno y acorde con los servicios que demanda una ciudad del S.XXI… y seguimos a la espera. Pero eso no es lo que más me sorprende. Lo que llama mi atención es que a lo largo de todo este proceso ha sido imposible encontrar un punto de sintonía emocional de los almerienses con el futuro del edificio civil más importante y representativo de la capital. Y lo que es peor: mientras que la desidia y el abandono administrativo de la Junta del PSOE de Andalucía privaba a los almerienses de ese histórico espacio y la Plaza Vieja se convertía en una escombrera tapada por una lona, fue imposible encontrar algún síntoma de empatía por esta causa en la ahora llamada “sociedad civil”. No hubo movilizaciones ni protestas, quizás porque el edifico no reunía ni la belleza ni el significado histórico del llorado Toblerone. Solo había excusas técnicas: que si las obras se habían tropezado con la vieja caja de caudales, que si con la central telefónica, que si un esqueleto mirando a la Meca, que si el coprolito de Enrique el Nano, etcétera. Enternece ver ahora el interés histórico que parecen despertar el Pingurucho y los ficus de la plaza en lugar del conjunto de la misma. Eso es lo único que importa ahora.