Nací en los años 60. Pertenezco a esa generación que vino al mundo en las postrimerías de la dictadura y a la que, por fortuna, el franquismo no nos rozó lo suficiente. La juventud me pilló ya en un Madrid que desbordaba libertades. Y hasta donde sé, no tengo entre mis antepasados personas que en la guerra civil fuesen víctimas o verdugos. Como muchos contemporáneos, conocí el franquismo en los libros de historia que no estudiamos nunca en el colegio. Y cuanto más fui conociendo de la dictadura que acabó con la democracia en los años 30 del siglo pasado, menos entendía que la democracia del siglo XXI mantuviera enterrado con honores al golpista.
El Valle de los Caídos, intocado desde que Franco lo inauguró, continuaba siendo lo que fue: el símbolo de una victoria, el homenaje a los caídos del bando vencedor, por mucho que la dictadura intentase blanquearlo, y el mausoleo del dictador. Una rareza planetaria que no encuentra parangón en ninguna democracia homologable. La exhumación de los restos de Franco pone ahora punto final a ese insoportable dislate, hace justicia con la memoria de las víctimas enterradas a la fuerza junto a su verdugo y nos devuelve una dignidad que hemos tenido hipotecada y enterrada junto a Franco durante 44 años.
El proceso ha sido largo. Fue reclamado por el Congreso sin ningún voto en contra, ha sido emprendido por un gobierno democrático y ha resultado avalado por el Tribunal Supremo que ha desmontado cada una de las pretensiones de la familia Franco en su afán de sostener un pulso con el Estado. Ya les hubiera gustado a las víctimas del dictador haber contado con la décima parte de las garantías procesales de las que ha gozado su familia para intentar impedir la exhumación. Y ya les gustaría tener a los familiares de muchos compatriotas que aún permanecen enterrados en las cunetas tener una sepultura digna, como la que gozará Franco, para poder llorar a sus muertos. Llega esta jornada, un gran día, en plena precampaña electoral. Es verdad. Pero la pregunta no es por qué ahora. La verdadera cuestión, que no se puede responder sin vergüenza, es por qué no se ha hecho hasta ahora.
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