Agricultores, no vayan solos

Moisés S. Palmero Aranda
11:00 • 30 oct. 2019

Aún no puede llamarse revolución, quizás un aviso, un amago, un conato, pero me parece de justicia que los agricultores hayan decidido juntarse para plantar cara a un modelo donde ellos son los que arriesgan, invierten y trabajan la tierra, para que los beneficios se los lleven otros. Ahora deben ir a por todas, no conformarse con la subida de los precios, sino aprovechar la inercia para unirse de una vez por todas y cambiar algunas de las reglas del juego en su beneficio.

 

Pero deben ser todos, porque si no es así, sucederá como siempre, el mercado hará pequeñas concesiones para contentarlos y volver a dividirlos.



Cuando vi las imágenes de los agricultores en silencio en el muelle de La Unión, mensaje subliminal incluido, me acordé de la huelga que el 4 de febrero de 1.888, se produjo en las Minas de Rio Tinto en Huelva, y que terminó, en la conocida y trágica matanza que quedó en el recuerdo popular como El año de los tiros.


Aquella huelga fue la primera gran protesta ecologista de España. La Liga Antihumista consiguió juntar a los mineros y sus familias, a los agricultores y a los ganaderos de la comarca para que se eliminasen las conocidas teleras, donde quemaban las piritas arrancadas del corazón de la tierra, para obtener, después de varios procesos, el precipitado de cobre.



Mientras estás montañas de mineral ardían producían las mantas de humo, cargado de azufre  y arsénico, que provocaban enfermedades y muertes en la población, y el deterioro de las tierra de cultivo, y cualquier vida salvaje, a causa de la lluvia acida.


A las reivindicaciones ambientales se sumaron otras exigencias sociales y laborales como la eliminación de la peseta que debían pagar cuando iban a ver al médico, la reducción de la jornada de 12 a 9 horas o que los días que no se podía trabajar por la manta de humo no se descontasen del salario.



Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero el sistema sigue jugando a ganar.


Ahora no hay ingleses y caciques a los que ir a protestarle, ahora están escondidos en ese término ambiguo e irreal de mercado. Aquellos trabajadores explotados, ahora son pequeños empresarios que trabajan la tierra. 


Un cambio que les ha hecho creer que eran libres para tomar sus propias decisiones, pero que los ha esclavizado más si cabe. Han trabajado día y noche, para un sistema que les obliga a endeudarse cada temporada, que les vende las semillas, los plásticos, los insectos, los herbicidas. Que les exige calidad, trazabilidad y belleza a sus productos, que luego compran al precio que ellos estipulan, mirando solo su negocio, sin importarles la parte más baja de la cadena. Unos trabajadores bien pagados, que han podido comprar casas, coches y mandar a sus hijos a la Universidad, pero eso solo son las migajas de un pastel que, con la receta de unos cocineros muy listos e interesados, han cocinado ellos mismos.


Sé que los agricultores se han unido por su porcentaje del negocio, que nada tiene que ver esta huelga con los daños ambientales que causan sus explotaciones, pero en eso si se parecen los dos escenarios. Antes los ingleses y ahora todos los europeos se están llevando nuestros recursos naturales a precio irrisorio, y las consecuencias ambientales se quedan aquí.


Cuando el mercado mire para otro sitio, nos quedaremos con una comarca sin agua, llena de plásticos y residuos varios. Quizás las consecuencias de esta industria no aparezcan a corto plazo en nuestros informes médicos, pero a largo plazo dejarán una tierra inerte, falta de vida como ponían en los informes de los niños que llegaban al hospital por culpa de los humos.


No soy nadie para dar consejos, pero si quieren que su lucha llegue a buen puerto, no vayan solos. Sumen a su causa a otros colectivos, involucren al resto de la sociedad almeriense, pero para conseguirlo, a sus reivindicaciones, tendrán que sumar otras, las sociales y ambientales, no solamente las que se reflejan en sus cuentas de resultados. Todos en la provincia, directa o indirectamente vivimos de la agricultura, pero tenemos la sensación que a los que no somos agricultores solo nos toca la parte negativa, limpiar la cocina después de repartirse el pastel.


No creo que esta revolución termine de la misma manera que la del 1.888. No se atreverán a disparar contra nosotros, no les hace falta, ahora simplemente mirarán para otro lado, y nos dejarán morir lentamente, sin remordimientos, sin escrúpulos. 

El capital nunca lo tuvo.


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