Estudiantes isfrazados

Rafael Torres
07:00 • 31 oct. 2019

Cualquiera puede, dejando volar la creatividad y la imaginación, disfrazarse de estudiante, pero un estudiante no puede disfrazarse de yihadista. Bueno, poder sí puede, cual demuestran éstos días los alumnos independentistas de la universidad Pompeu Fabra, pero se trata de un disfraz tan detonante, tan radicalmente adverso a lo que representa la Universidad, tan espantoso, que un estudiante a la altura de esa condición, y no digamos una estudiante, antes se dejaría arrancar la piel a tiras que embutirse esos trapos negros para ir a clase.


Bien es verdad que los chicos esos de los piquetes de la Pompeu lo que no quieren es ir a clase precisamente, o no a estudiar, sino a impedir que otros, estudiantes sin disfraz, vayan a eso, pero también lo es que con esas pintas y esos enmascaramientos de milicianos del ISIS que apenas dejan entrever los ojos, dan más pena que otra cosa. ¿Creen, por ventura, esos muchachos, que el independentismo catalán está reñido con el decoro indumentario?


Con lo que sí parece estar reñido, en cambio, es con el decoro democrático, toda vez que con esos atavíos, esas capuchas, esos embozos, esos pañuelos negros anudados al cogote, impiden a otros lo único que, en puridad, puede hacerse formalmente en un campus, ir a estudiar o, siquiera, pasarse por clase. Estos chicos, la mayoría de los cuales no ha trabajado en su vida, juegan a los piquetes, como si amontonar sillas y pupitres en las puertas de la Facultad para bloquear su acceso guardara alguna relación con la respetable práctica huelguística de informar a los trabajadores y defender su derecho a secundar voluntariamente el paro sin presiones ni represalias del patrón.



Los estudiantes disfrazados de la Pompeu Fabra se han puesto en huelga hasta que los cabecillas de la insurrección institucional del Procés no salgan del talego, pero para eso no hacía falta vestirse así, como si fueran el Caco Bonifacio de luto. Antes al contrario, cualquier acción, performance o indumentaria que banalice sus reivindicaciones, obra poderosamente contra la razón, si la hubiera, de éstas, de suerte que por el lado de la Universidad, por el lado de esos estudiantes uniformados de ninjas en Halloween, el secesionismo tiene la batalla, o cuando menos la ético-estética, perdida. ¿Y qué decir de las autoridades académicas que les proporcionan, por jaleadoras y permisivas, el disfraz?





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