De agosto a noviembre, desde la decisión de repetir elecciones hasta las urnas, puede cambiar el mundo. Y en la última semana, dar la vuelta otra vez. La decisión del voto, para un treinta por ciento del electorado, espera a los tres últimos días. Y sabemos también que los factores emocionales pueden ser determinantes. Parecía que Aznar, mediante su candidato designado Rajoy, iba a ganar las elecciones el 14 de marzo de 2004 pero arrasó Zapatero. “Por el atentado de los trenes de cercanías en Madrid”, se difundió entonces para desacreditar la victoria socialista. No: ganó ZP, primero, porque PP y PSOE estaban muy cerca en los sondeos, como certificaron Julián Santamaria y Carlos Malo De Molina, y, fundamentalmente, porque Aznar hizo una desastrosa gestión de la crisis ocultando la autoría yihadista y atribuyendo la masacre a ETA. Bien manejada la respuesta, el atentado hubiera podido reforzarlo.
Ese es el reto de Pedro Sanchez en esta semana previa a las elecciones más inciertas. Movilizar a una población hastiada de tanto votar sin soluciones y gestionar con acierto la crisis catalana. Con acierto quiere decir con prudencia, firmeza y liderazgo. No es nada fácil: de un lado tiene a independentistas radicales dirigidos por una entidad secreta que da órdenes, vía redes sociales y aplicaciones informáticas, buscando siempre la máxima provocación. La visita de la familia real a Barcelona el lunes 4 y martes 5, programada hace meses, es un regalo inesperado; además, “Tsunami democràtic”, portavoz en redes de esa dirección oculta de las movilizaciones, anuncia la ruptura del día de reflexión, el sábado 9. Enric Juliana, en la Vanguardia, ve la larga mano de Puigdemont en ese centro director “anonymus”. De otra parte, Sanchez soporta las voces enardecidas de la derecha pidiendo mano dura.
Cierto es que Pablo Casado, que proponía la aplicación de la Ley de Seguridad Nacional en Cataluña hace dos semanas, baja el tono y se viste de moderación pre-presidencial. A su lado. Rivera, que exigía recurrir al artículo 155 de la Constitución, se ofrece ahora como “una opción para el desbloqueo” tratando de evitar su naufragio. Santiago Abascal, ha anunciado en Cataluña, para satisfacción del independentismo, que “si Vox gana las elecciones, lo primero será detener a Torra”. Seguro que a ambos les da votos esa amenaza. Los extremos se realimentan.
En medio, queda el PSC reclamando ley, orden y justicia. Queda también el republicano Gabriel Rufián, que ante la huida adelante de los ex convergentes, aparece casi como un hombre de estado. Y errantes deambulan unos centenares de miles de catalanes nacionalistas pero no independentistas, que aún no tienen a quien votar, a la espera de que fructifiquen iniciativas como la Lliga Democrática, o a que se le acabe la inhabilitación a Santi Vila. Una tristeza inmensa, ha escrito Durán Lleida.
Los que acusaban a Sanchez de no hacer nada en Cataluña “por no enviar tanques, o a la Legión”, como se decía en conversaciones de bar exaltadas, deben percatarse de la ira de algunos portavoces de la Generalitat que acusan al Presidente de “dictador” y de dar “un golpe de estado digital”. Un decreto ley del Consejo de Ministros del jueves pasado puso fin, o lo intenta, “al proyecto del independentismo de la República digital”. Se cierra el camino a que la Generalitat, presidida por el activista Torra, use servidores en paraísos digitales fuera de la Unión Europea. La batalla hoy no es con armas convencionales, ni con técnicas clásicas.
Es digital, tiene una legión de creadores de noticias falsas capaz de renombrar tres “detenidos” presentándolos al mundo como tres “secuestrados”; y ha empezado a justificar la violencia de baja intensidad, baja de momento, porque no consigue nada por la vía pacifica. El independentismo, con mucho dinero público, astucia y pasividad de Madrid, ganó la batalla de la opinión internacional. Sanchez quiere revertir eso. Gran desafío. Intriga electoral máxima.
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