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16:22 • 23 oct. 2011
En el andén nadie esperaba mi llegada y exactamente yo tampoco pensaba que nadie pudiera estar impaciente por verme bajar del tren, para decir la verdad mi trayecto terminó en aquella estación, porque el nombre me gustó: Otoño.
Fui hasta el vestíbulo para ver los horarios, pero no había ningún panel con información y las ventanillas estaban cerradas, todo tenía allí un aire desfasado, como de los años sesenta. Regresé al andén y miré hacia el viejo Talgo herrumbroso y en desuso que estaba en una de las vías muertas, antes me pareció ver a alguien en uno de los vagones.
Recorrí el tren desvencijado, los asientos tapizados de un plástico verde oscuro estaban en buen estado, pero las fotografías de los bellos rincones de España amarilleaban enfermas de nostalgia y de tiempo. En el vagón cafetería, un hombre con chaleco gris, camisa blanca y un peluquín barato se asustó al verme, pero se repuso enseguida y como un buen profesional preguntó; ¿Qué va ser? Un corto sin azúcar le dije.
- ¿De máquina o de sobre?
- Me gusta que haga Vd. esa pregunta, por un momento pensé que había hecho un viaje en el tiempo que ya no estaba la España del año 2011. Aquí todo es tan antiguo.
- Nada de eso. Es sólo una sensación que usted ha tenido.
Entonces se giró, dio unos pasos hasta la estantería rebosante de vasos de cristal para el café, cogió una radio de bolsillo y desplegó la antena. Las noticias hablaban del final de ETA y la captura de Gadafi, escondido en unas tuberías.
- ¿Sabe lo que sucedió? Dijo el camarero haciéndose el misterioso.
- No lo sé.
- Pues se lo contaré. Hasta el año 68, aquí en Benasoriel las cosas eran normales como cualquier otro pueblo, pero en la primavera de aquel año, vinieron muchos camiones del ejército americano y montaron una estación metereológica, en el valle de Las Dos Niñas, querían descubrir el motivo por el cual en aquel sitio siempre era otoño. Ni verano, ni invierno, ni primavera, con las hojas en el suelo y todas esas cosas que pasan en esta época del año. A aquellos científicos chalados, algo debió fallarle y desde entonces en todo el pueblo siempre es otoño, fíjese que el pueblo ha cambiado de nombre.
- ¿Cuantas personas viven aquí? Pregunté extrañado por la historia que acaba de contar el camarero.
- Sólo quedo yo, los demás no podían soportar vivir siempre en otoño y se marcharon.
- ¿Cuanto tardaré en coger el próximo tren? No pude disimular mis ganas de largarme de un lugar como este.
- Si no estoy muerto a final de mes, el mismo tren que ha parado hoy lo volverá hacer. El maquinista es mi hijo y tiene autorización para parar una vez al mes, dejarme la paga y darnos un abrazo.
Me resigné y estuve recorriendo la calles del pueblo donde siempre era otoño, lo contrario que sucede en Almería. Donde ya nunca es otoño.
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