Le tengo un gran respeto a Pedro Duque. Pasó por la exigente Universidad Politécnica de Madrid, donde los dos primeros cursos disparan para desesperanzar estudiantes. Tienen un gran profesorado, algunos de los cuales se codean con los más granado de las cátedras mundiales, y mantienen un oficioso sistema de numerus clausus -que nunca reconocerán- por medio del cual fusilan mediocres a punta de evaluaciones. Tengo la experiencia de mi hijo Tíndaro, que superó el desafío, y que pasó por todas las obligadas pruebas de humildad.
Pedro Duque, después, pasó por “politécnicas mundiales” y, de superación en superación, por méritos propios, se convirtió en un profesional de reconocimiento mundial, un astronauta, hijo de un matrimonio de Badajoz.
Su jefe, Pedro Sánchez, no le llega ni a los tobillos, pero le supera en manipulación, relaciones públicas, intereses creados, cinismo y oportunismo. Su jefe nunca habría podido superar las duras pruebas académicas, físicas y psicológicas que ha superado Pedro Sánchez, pero como en el viejo chiste de los loros ha tenido la habilidad de que, sin saber muchos idiomas, los otros loros que sí los hablan, como Pedro Duque, le obedecen.
Pedro Duque es tan honesto y tan noble que tardará en enterarse de que su nombramiento no fue motivado por la inmensa admiración de su jefe, o por la honesta percepción de que sus conocimientos podrían ser útiles para España. Su propuesta estuvo motivada porque pretendían poner un nombre de prestigio, en medio de un equipo de profesionales de la cosa, viejos experimentados en la resistencia y la manipulación.
Me ha enternecido que se haya sumergido en las aguas de Tabarca para comprobar las posibilidades de una de las aguas más limpias del Mediterráneo, pero me temo que no le hayan llevado a comer el caldero de La Almadraba, sin duda el mejor de toda la costa, con un ali-oli sin complejos. Es igual, algún día reconocerá que, a su brillante y prestigiosa biografía, poco le añadirán estos meses de administrativo aburrimiento.
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