Ya sabemos porqué el PSOE no quiso que el debate de los candidatos a la Presidencia del Gobierno fuera el martes 5 de noviembre tal y como querían el PP y algunas de las cadenas de televisión que tenían intención de retransmitirlo. Presionó para que fuera el día 4. El lunes 4 todavía no se conocían los datos del paro: 98.000 trabajadores perdieron su empleo en el mes de octubre. Los asesores de Sánchez debieron pensar que era mejor no arriesgarse a servir en bandeja al resto de candidatos un argumento tan radiactivo -por sensible- como es el problema del paro.
Acertaron porque este tema, el del empleo precario, la desaceleración de la economía y el fantasma de otra crisis apenas tuvo asiento en el debate. Tenemos los políticos que tenemos y son ellos quienes deciden qué es lo que les preocupa -a ellos- no a la mayoría de los ciudadanos. El debate en sí tuvo algunos momentos de interés en orden a corroborar que el presidente en funciones da por hecho que va a seguir en La Moncloa. Curiosamente a ninguno de los cuatro aspirantes les llamó la atención que, a falta de celebrarse los comicios y conocer el resultado, Pedro Sánchez anunciara que pensaba nombrar vicepresidenta del Gobierno y responsable de Economía a la señora Nadia Calviño. Y nadie dijo nada como dando ya por hecho que el PSOE será el vencedor de las elecciones.
Lo llamativo es que fue el propio Sánchez quien demostró que, pese a todo, no las tiene todas consigo, y lo hizo negándose en varias ocasiones a contestar a las preguntas de Pablo Casado y Albert Rivera que le emplazaban a que concretara cuantas naciones hay en España. Respondió con silencio y bajando la cabeza. Quizá porque tras analizar las encuestas y dando por buenos los datos publicados ha echado cuentas y sabe que descartada la abstención del PP y visto que Ciudadanos se desmorona y no suma, si quiere seguir en La Moncloa -es su único objetivo, la ambición de su vida- tiene que contar con nacionalistas e independentistas. Al menos con el PNV y con ERC. De ahí la callada por respuesta cada vez que Casado o Rivera le metían el dedo en el ojo tratando de aflorar las contradicciones y ambigüedades del PSOE (y del PSC) en relación con este asunto.
Por lo demás, Pablo Iglesias volvió al papel de predicador de la Constitución que estrenó con buenas críticas en el debate de las elecciones de abril, mientras que Santiago Abascal, el debutante en representación de Vox, fue a lo suyo construyendo un relato pensado para arañar votos al PP. Visto el debate tengo para mí que pocos ciudadanos habrán cambiado el sentido de su voto. Si acaso, más de uno puede que esté dudando en ir a votar el próximo domingo.
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