Hasta ahora, el escenario más visible de la campaña electoral (debate de la Academia) ha aportado el adoquín de Rivera, el tono frailesco de Iglesias, el estreno del inédito Abascal, las incontestadas interpelaciones de Casado y el ademán displicente y pasota de Sánchez. Estas intervenciones y ademanes han podido aportar conocimiento sobre la actitud y aptitud de cada uno de los intervinientes en sus aspiraciones para llegar a presidir el Gobierno de España. Sin embargo, hay aportaciones menos vistosas, y no por ello menos trascendentes.
Que un presidente del gobierno -aunque sea en funciones- asegure que el Ministerio Fiscal está supeditado a los criterios del Ejecutivo no es una anécdota. La entrevista en RNE estuvo trufada de una especial insidia por parte de un presidente que, además de suficiencia, mostró una mala leche de la que, hasta ahora, sólo daban fe algunos que bien le conocen de cerca.
La entrevista, aun realizada en terreno amigo, mostró un carácter agrio e irrespetuoso en las reglas más básicas que rigen el juego entre entrevistador y entrevistado. Un entrevistado no puede devolver las preguntas para que se las responda el periodista que le interpela; ni puede provocar en boca del entrevistador la respuesta que, luego, asiente en complicidad. Lástima que esos “cojones” exhibidos en un medio -ahora sí- controlado por el Gobierno, no se hubiesen arriesgado ante un Alsina, Herrera o Federico.
Decir que el Ministerio Fiscal está controlado por el Gobierno no es una chulería del que va de “sobrao” y desliza una imprudencia. El problema es la acostumbrada praxis que domeña la teoría. Dicho de otra manera, el que está acostumbrado a pervertir, intervenir, manipular… no tiene empacho algún día en decirlo.
Recuerden algunos detalles recientes: Pablo Casado dijo que, en una entrevista privada, Sánchez le aseguró cuándo y cómo iba a resultar la sentencia de los políticos presos y la exhumación de Franco. Tampoco es una coincidencia que se retrase la sentencia de los ERE´s hasta después de las elecciones… y así, hasta una serie de “coincidencias” que, por casualidad, han venido beneficiando a un candidato que, si se jacta de controlar a la fiscalía, qué no habrá podido haber hecho en otras instancias y circunstancias. Pero lo peor no es lo que haya acontecido -quod factum est -, lo inquietante es lo que puede llegar a hacer cuando pudiese contar con poder plenipotenciario.
Como bien dice Pablo Casado, un candidato que afirma el control del gobierno sobre el Ministerio Fiscal, quedaría inhabilitado para continuar aspirando a la más alta instancia de gobierno. Imaginen un canciller alemán, un premier británico o un presidente de la República francesa asegurando que el poder político manda sobre el Ministerio Fiscal.
Aún quedan por delante unas horas que pueden aportar más sorpresas. Tras las ya conocidas manipulaciones y perversiones en la jornada de reflexión, habrá que ver lo que sucede en Cataluña; mejor dicho, lo que deja hacer, impide hacer o la sorpresa inopinada que tiene prevista Sánchez para las horas previas al 10-N.
Hay algunas opiniones que abundan en un resultado que conduciría a unas nuevas elecciones, y ese no sería un fracaso de la capacidad negociadora de los partidos; sería un fracaso de los españoles que permanecemos aferrados al infructuoso sectarismo dirigido por aquellos que buscan permanentemente estímulos para alimentar la facción ideológica: Franco, guerracivilismo, Memoria de la Revancha Histórica, fascismo, comunismo… y las apropiaciones conceptuales de progresismo y otras acepciones en clave de género, discriminación positiva y pánfilas o radicales expresiones sobre inmigración ilegal, okupas y otros sectores obnubilados por la mendacidad progre. Este es el momento en el que ya conocemos lo que han podido hacer, y lo que no hacen por intereses partidistas. Además, hemos podido conocer la negativa a responder sobre asuntos tan trascendentes como fiar el gobierno a pactos con auténticos enemigos de la unidad nacional y herederos del terrorismo.
Tenemos la oportunidad de clarificar y focalizar un resultado que evite la dependencia de lo más residual, no por pequeño, sino por indeseable para respetar la independencia de jueces y fiscales, preservar la propiedad privada, afianzar la unidad nacional… y erradicar los fantasmas que mantienen esta absurda e inútil confrontación.
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