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01:00 • 24 oct. 2011
No dejan de sucederse reacciones al esperado e insuficiente anuncio de la banda asesina ETA señalando, una vez más, la finalización de sus actos criminales. Aunque son muchas las voces que estos días hablan de satisfacción o califican de "histórico" el nuevo anuncio de los encapuchados, creo que, por encima de cualquier opinión, deberíamos establecer como premisa inamovible que en un Estado democrático no puede haber recompensa para el que mata, como tampoco puede haberla para el que anuncia que va a dejar de matar.
Y eso es lo que tenemos entre manos: la aparición de unos asesinos poniendo de manifiesto, una vez más, que ya no van a volver a matar. Nadie discute que este anuncio es una noticia mucho mejor que la que supondría una declaración en sentido contrario, pero no debemos perder de vista que las palabras de los encapuchados no borran el recuerdo de sus crímenes ni enjugan el dolor causado de modo directo o indirecto a tantas familias. Y es que, por muchas ganas que tengamos de tener buenas noticias en materia de la lucha antiterrorista, no hay que olvidar que los asesinos no han anunciado su intención de disolverse como banda criminal, que tampoco han manifestado su voluntad de entregar las armas y ponerse a disposición judicial y, sobre todo, que no han mostrado ni el más mínimo ápice de arrepentimiento o pesar por todos los años de muerte, sangre y terror que han protagonizado. Nada más que esa falta de respeto y humanidad ante las familias de sus víctimas invalida, a mi juicio, este anuncio televisivo. No se puede establecer ningún mecanismo de cierre de conflicto desde la soberbia criminal del que ni tan siquiera muestra arrepentimiento por sus numerosos crímenes. ¿Qué es lo que debemos a esta gente para que tengamos además que transigir con semejante nivel de chulería?
Perdonen que no me sume con entusiasmo a la valoración de las palabras de quienes, preservando su identidad bajo una capucha, dicen que ya no quieren seguir matando sin arrepentirse de todo lo que ya han matado. No encuentro el más mínimo peso o relevancia en semejante discurso, porque con esta gente no bastan las palabras, sino que se hacen necesarios los hechos. Hasta que no anuncien su voluntad de disolverse como colectivo delictivo y asuman que la sangre por ellos derramada constituye una deuda pendiente con la Justicia, no podremos hablar con propiedad de "hecho histórico" o "anuncio definitivo", como ahora pretenden algunos. Hasta ese momento, creo que convendría observar con mucha atención los movimientos de la banda y de su entorno político, habilitado electoralmente por las maniobras judiciales del candidato Rubalcaba, para poder establecer con precisión el alcance real de su voluntad de dejar de matar y comprobar si ese anuncio, que curiosamente Zapatero esperaba como "inminente", obedece a una voluntad real de cesar en los crímenes o no es más que una estrategia electoral o una cadena de favores mutuos entablada con el gobierno socialista. Nadie me escuchará decir que el comunicado de ETA del pasado jueves es una mala noticia. Pero tampoco me escuchará nadie decir que esto es el cierre definitivo del ciclo de terror impuesto por los pistoleros. Quedan muchos flecos que analizar y mucho trabajo por hacer. Todos queremos la paz, pero ni la paz puede tener cualquier precio, ni la muerte puede tener premio.
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