Mientras la bolsa cae y se agotan las existencias de trankimazín tras el abrazo comediante entre Pedro y Pablo, no son pocos los que miran los números de las elecciones del pasado domingo y piensan en cómo podrían estar las cosas si se hubiera llevado a efecto la propuesta del PP de sumar activos con Ciudadanos y presentarse juntos en una lista común. Ya sé que todo esto es un ejercicio teórico que no va a ningún lado, pero lo cierto es que sobre el papel, una lista común bajo el nombre de España Suma habría obtenido dieciocho escaños más que los que suman a día de hoy entre PP y CS. Esa unión de siglas habría obtenido 116 escaños, mientras que el PSOE de Sánchez se habría quedado en 113 diputados, 7 menos que los que sí alcanzó el pasado domingo. Así lo marcan diversos estudios realizados en función de la suma de votos y el sistema de reparto de escaños en la Cámara Baja previsto por la Ley Electoral. Llegados a este punto creo que merece la pena hacer dos observaciones. La primera es que quien se negó tajantemente al acuerdo fue Albert Rivera, el hasta hace unos días líder de CS, que cerró con esta negativa una no despreciable lista de errores políticos que no han empañado la sentida despedida que le han tributado propios y ajenos, pero sin que nadie le recuerde que más que perritos y adoquines, lo que requiere la situación actual es un poco menos de personalismo y algo más de sentido común. Y el menos frecuente de los sentidos reclama ahora del centroderecha español una serena altura de miras marcada por un entorno de emergencia nacional: o se camina hacia el refuerzo del centro político o nos vamos a ver arrastrados por el perpetuo bucle de los bloques. A España le ha ido bien cuando se ha gobernado desde el centro y sus variantes, y pésimamente cuando se ha escorado a un lado. Es prioritario, por tanto, recuperar la importancia del centro político y dejarnos de apelaciones vacías al progresismo o al patriotismo.
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