¿No queríamos un gobierno? Pues ya vamos a tener, seguramente, uno, y no uno cualquiera, sino uno casi de concentración. Excaptuando a Vox, a sus socios, y la Providencia quiera que también a los independentistas de toda laya, en el futuro Ejecutivo que anunciaron el martes Sánchez e Iglesias encontrarán acomodo programático todos los demás, hasta diez partidos, lo cual no sé si nos colocará en condiciones inmejorables para afrontar el inmediato futuro, pero sí en el libro Guinness de los Récords.
A la derecha, que clamaba porque España tuviera de una vez un gobierno, no le ha hecho la menor gracia que al fin parezca que lo vaya a tener, pero aunque el que se anuncia se le antoja un infernal aquelarre de rojos y separatistas, ningún otro que no fuera el suyo, con ultraderecha incluida, le habría convencido lo más mínimo. En su mano estuvo, absteniéndose con Sánchez, que el PSOE gobernara en solitario, pero se ve que prefirió que los cortautopistas, los asaltafronteras y los quemaneumáticos puedan seguir soñando con tener algún influjo en la deriva institucional de la nación.
La derecha, en efecto, toca a rebato y prevé que las Siete Plagas de Egipto y los Cuatro Jinetes del Apocalípsis caigan sobre España por haber pecado ésta en la urnas, que es de donde, al cabo, saldrá ese gobierno tejido con mimbres tan heteróclitos como perfectamente representativos de sectores, ideologías y territorios de la nación, y, por supuesto, perfectamente legítimos y legales. La derecha no lo ve así, que bastaría preguntar a la presidenta de la Comunidad de Madrid cuántos templos ve ya arder en sus pesadillas diurnas y nocturnas, pero podría hacer el esfuerzo de reconocer y respetar un poco los efectos de la voluntad popular vertida en los colegios electorales.
Otra cosa es, ciertamente, que la participación de Podemos en el gobierno pueda suministrar más munición a esa derecha si no se atiene exquisitamente a la promesa que sus ministros habrán de hacer en su toma de posesión del cargo, sobre todo en lo referido a lo que hoy más atormenta y amenaza a la nación, la insurrección tumultuaria y a menudo vandálica de la facción independentista en Cataluña. Si esos ministros no la cagan con eso, y se centran en tratar de resolver los problemas de índole social que amargan la vida de la mayoría de los españoles, la cosa podría funcionar, bien que dentro de las limitaciones de cualquier gobierno que, frente al poder económico, pinta menos, como diría el gran y añorado Chiquito, que un mojón.
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