Tras meses de hastío de la ciudadanía ante la incapacidad de formar gobierno, llegaron las elecciones y las sorpresas disparadas: domingo con subidón del nacionalpopulismo; lunes con retirada de Rivera; martes con abrazo inesperado de Sánchez e Iglesias; miércoles de críticas de otros partidos; jueves con primeros contactos fríos con Esquerra Republicana, llave de una posible investidura; viernes de disensiones internas en el PSOE, desde Felipe González a barones autonómicos. Pedro Sánchez, ilusionado, le pidió un gobierno a los Reyes Magos, pero está por ver que se lo traigan. La falta de un partido de centro capaz de pactar a derecha o a izquierda deja la solución en manos de nacionalistas e independentistas. Y, especialmente los catalanes, exigen sin límite por miedo a que les llamen traidores si pactan. Por eso, hay dudas de que este proyecto vaya a salir bien. A Sánchez solo le queda un argumento: “tomen esto porque cualquier otra alternativa será peor”. Cierto.
Todos diciendo que sobran partidos políticos -basta con ver el Congreso con fuerzas estatales, autonómicas y provinciales- y, sin embargo, se echan en falta dos: un partido de centro y una fuerza de catalanismo moderado. Partido de centro había uno, Ciudadanos, y bien potente, en abril; Rivera lo levantó heroicamente y casi lo hundió al enfermar de ansiedad por alcanzar la Presidencia. Fue impecable su retirada en un país en el que casi nadie dimite; pero en abril tenía la llave para estabilizar el país, y la tiró. Volvimos a elecciones porque Sánchez quería más, pero hoy tiene menos; y Rivera quería mucho más, y acabó en nada. Inés Arrimadas, la mejor opción, tendrá difícil, refundar un partido fiable.
En Cataluña, prosigue el espectáculo diario de la autolesión al prestigio y a la economía a manos de vándalos que cortan carreteras y estaciones de tren impunemente para desespero de vecinos, engordando al nacionalpopulismo español más rancio. “Hay quien cree que por conseguir la independencia vale destruir el país”, escribía el director de La Vanguardia, Marius Carol. Puigdemont, Torra y compañía están en eso, impasibles ante el daño que se causa a un turismo con crecientes anulaciones, una Fira que si pierde el World Mobile entra en números rojos, unas inversiones que excluyen Cataluña como destino. Una tristeza. Solo la reacción de la sociedad civil contra el vandalismo y la irresponsabilidad de algunos políticos que lo alientan y lo dirigen, puede terminar con esto. Hay indicios ya, como el retroceso en las encuestas, y en las votaciones, de los que quieren la independencia.
O los 300 asistentes ¡en Girona! a la presentación del libro, ya agotado, de Albert Solé, “Estàvem cansats de viure bé” (Estábamos cansados de vivir bien) que, con estilo humorístico, se burla de Puigdemont. Es poco, pero es algo. Hay un partido en marcha, la Lliga Democrática, para dar voz al catalanismo que no comprende cómo gente moderada, y hasta conservadora, basculó hacia la radicalida. Costará recuperar la convivencia.
Otra cosa es que poder comer turrón con un gobierno normal; que no sea provisional, como en los últimos cuatro años.
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