Los periódicos del domingo, muchos periódicos del domingo, eran un clamor. Especialmente aquellos que podrían considerarse más cercanos a planteamientos conservadores pedían, piden, ya claramente, un acuerdo entre el PSOE y el Partido Popular, llámese gobierno de coalición o simplemente ‘abstención patriótica’ a cambio de condiciones, para evitar que se consume el pacto entre los socialistas de Sánchez y el Unidas Podemos de Pablo Iglesias. Todos, todos, viran sobre otras posiciones iniciales anteriores, que eran muy reticentes al acuerdo transversal. Alberto Núñez Feijóo, el presidente de la Xunta de Galicia y el hombre más influyente en su partido, se ha convertido en el portavoz de la necesidad de este acuerdo entre socialistas y conservadores: su protagonismo, en este cuarto de hora decisivo, es importante.
Pero Pablo Casado, el presidente del partido, calla. No puede ser que se escude en el portavoz del partido, el joven y claramente inexperto ex periodista Pablo Montesinos. Esta semana, supongo, Casado tendrá que romper su silencio. Y no estoy seguro de que pueda seguir diciendo las mismas cosas que ha proclamado hasta ahora, es decir, su oposición frontal a ‘permitir que Pedro Sánchez gobierne gracias a nuestra abstención’. Puede abrirse un abismo entre ‘barones’ como Feijóo o el castellano-leonés Mañueco y la presidencia nacional de los ‘populares’. La propia portavoz parlamentaria, la ‘dura’ Cayetana Alvarez de Toledo, se ha inclinado ya abiertamente --casi nadie lo esperaba-- por el acuerdo con los socialistas.
Todos ahora dependen de todos... y de los acontecimientos: el acuerdo PSOE-UP, de lo que diga Esquerra Republicana de Catalunya, que se ha convertido en el verdadero árbitro de la política en España, país con el que, paradójicamente, ERC nada quiere tener que ver. El PP depende, curioso, de Vox, que está deseando que los ‘populares’ apoyen a los socialistas en la investidura; así, Vox se quedará de oposición solitaria, sin darse cuenta de que eso desgastará al partido de Abascal mucho más rápidamente. El destino de Vox es irse desinflando, como le ha ocurrido, en el otro extremo, a Podemos, no ir ganando más votos y más escaños. Esquerra, a su vez, depende de Junts per Cat, y viceversa. Y Ciudadanos, con sus míseros diez escaños, casi da igual lo que haga: ya solo aparece en los periódicos para que conozcamos la fiesta con velitas de Rivera, que ha cumplido los cuarenta, con su novia Malú. Toda una meditación para las otras formaciones, que parecen creerse eternas.
Es clave lo que Pablo Casado tenga que decir. Si se arrincona y sale adelante --como parece lo más probable en estos diez minutos-- el ‘pacto de las izquierdas’, la figura del presidenta nacional del PP va a sufrir un duro varapalo incluso entre los sectores que son su apoyo natural: empresarios, profesionales, una parte de esa España que obtuvo más votos, pero menos escaños, que ‘la izquierda’ el pasado 10N. Si da el paso al frente, olvida que Sánchez no le responde al teléfono, salta por encima del ‘peligro Vox’, tiende una mano, con duras condiciones, a Sánchez y evita el conjuro maléfico, muchos le considerarán un estadista. Hombre, comprendo que Casado esté enfadado: no parece muy coherente que la ‘negociadora’, ejem, socialista llame antes a los de ‘Teruel también existe’ que a los del PP, dicho sea con perdón y con toda simpatía hacia los turolenses.
Dos claves más para la semana: el juicio a Torra por desobediencia puede dar con él inhabilitado. El lento camino hacia la desaparición política de alguien catastrófico para los intereses de todos, comenzando, claro, por los de los catalanes. Y el martes, la sentencia de los ERE, un clavo más en el ataúd de las presuntas divisiones internas en el PSOE. ¿Qué declaraciones hará Pablo Iglesias cuando se haga pública la sentencia por las corruptelas del PSOE andaluz? ¿Hablará Pedro Sánchez tan solo del pasado, olvidando cómo trató el tema de la corrupción en el PP cuando interpuso la moción de censura contra Rajoy? Las hemerotecas, ay las hemerotecas... Un país que se quiera coherente y justo, con seguridad jurídica y fe en la palabra de sus representantes, no puede vivir siempre de espaldas a las hemerotecas. Ni al sentido común.
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