El independentismo es en estos momentos una jaula de grillos. Solo coinciden en la aversión a los "españoles" y el difuso pero movilizador sueño de la Cataluña una, grande y libre.
A partir de ahí, solo fogonazos. Desde el martirologio político que busca Torra en la inhabilitación por desobediencia (solo eso, nada que suponga cárcel) hasta la surrealista pretensión de Puigdemont de mezclar su personal lucha por sobrevivir con la causa del independentismo, pasando por los rufianes de ERC, que buscan la supremacía soberanista en la debilidad de Sánchez, el presidente del Gobierno en funciones, cuya fallida apuesta por la "mayoría cautelosa" y la "fuerza tranquila del constitucionalismo" deja la política nacional al borde de su quinto año tonto.
Ese es el nudo de la cuestión. Que de repente la gobernabilidad de España está en manos de quienes quieren romperla y los medios de la derecha vuelven a hablar de la España roja y rota (escuchen ustedes a Aznar hablando de "comunistas" y "separatistas" como futuros costaleros de Sánchez). Amenazada además por los nubarrones que aparecen en el horizonte de la economía nacional e internacional. O sea, todos los ingredientes para alimentar la confusión y el desaliento de los españoles. Excelente caldo de cultivo para los discursos populistas. Véase el auge de Vox. O la utilización del espantajo derechoso como palanca persuasiva para atraer a ERC al bloque de la gobernabilidad cocinado por los guionistas de Pedro Sánchez.
"Si España gira a la derecha, Cataluña se puede ir de España", decía hace unos días en Madrid el escritor Ken Follet. Pero no sabemos bien si a los independentistas de ERC les interesa más precisamente un Gobierno central de derechas para reactivar su discurso contra la España antidemocrática y represora, o bien quieren volver al sentido común y reinventarse en un bloque político transversal que deje para mejor ocasión el sueño imposible de una Cataluña desconectada de España por el articulo 36 (la real gana de quienes lo invocan).
Lo que sí está claro es que entre unos y otros se ha disparado el nivel de desgaste reputacional de nuestra clase política, percibida como el segundo problema nacional después del paro. Y es que, como decía Jean François Paul de Gondi, el famoso cardenal de Retz (siglo XVI), "cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto". Un buen referente para los marcos mentales de una ciudadanía perpleja: ¿De verdad se fía la gobernabilidad a unos partidos desafectos a la Constitución y a la Monarquía? ¿Se puede avanzar en positivo con quienes incendian la calle y fuera de nuestras fronteras acusan al Reino de España de ser un Estado represor con presos políticos en sus cárceles?
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