Este otoño almeriense está siendo pródigo en atardeceres que elegirías para el Día del Juicio Final. Ocasos dorados, cobrizos y violetas, uno tras otro, que casi a diario se celebran en redes sociales como si los almerienses estuviéramos recibiendo un mensaje del más allá: “¡Por fin váis a tener políticos con visióooooon!”, diría una voz grave y metálica desde una nube lenticular de las que nos alucinaron esta semana.
Los almerienses tenemos esta extraña relación con lo visible, una paradoja casi metafísica, por la que a mayor luz vemos menos. Incluso en la época de alpargata y esparto nos llamaban legañosos por esta especie de maldición asociada a la sequedad y la luz. Tenemos la vista alterada.
De esta condena no se libran nuestros políticos. Nos bastaría con tener unos políticos de vista bien graduada, que vieran normalito, ni como Rompetechos ni con la visión sobrehumana de los X-Men. Un político que donde haya un árbol con sombra, vea un lugar de descanso ante el calor; no un obstáculo a no se qué; que donde haya coches, vea detrás familias que viven sin garage y negocios que necesitan clientes que se desplacen desde otros lugares.
Sería suficiente con tener políticos que tampoco vean de más, que no sean unos iluminados que vean donde no hay. En los últimos 25 años, los almerienses hemos visto maravillosas maquetas de cartón y de Photoshop que nos ayudaban a nuestra mermada visión: las mejores, la del soterramiento del AVE y la de la laguna de las Almadrabillas. Ya sabemos que eran ilusiones ópticas.
Del infumable mamotreto de hormigón bajo la Alcazaba hubo una gran visión pero solo con dibujos y `planos. Yo pregunté ‘ingenuamente’ en su presentación en la Almedina. “¿Oiga, ha hecho usted bien el cálculo de proporción y perspectiva?”. Era cuestión de mirada, de ver bien, no de números ni de ángulos.
Hace más de diez años no había tanto ciclista para tanto carril-bici como crearon pero sorpresivamente hoy vemos que decenas de patinetes eléctricos pasan por ellos para justificar aquella medida y decirnos que nuestros políticos eran pitonisos. Unas veces ven de más y otras de menos. Nuestros políticos no han visto un problema y han aniquilado con su mirada más de 200 plazas de aparcamiento que tenía hasta hoy el barrio de Artés de Arcos. “No pasa nada, no pasa nada, dejamos de verlos, son horribles”. Por supuesto, no menos que esas torres pegadas “de hermosas vistas”, construidas en una época infame en la que además los edificios no llevaban garages.
Mi padre Francisco Iglesias consiguió en época de Fernando Martínez como alcalde que una planta entera del aparcamiento de Hermanos Machado fuera exclusivo para residentes. ¿Qué ha pensado ahora nuestro alcalde para las familias y los pocos negocios que aún resisten en este populoso y céntrico barrio?
Miles de almerienses van y vienen a sus trabajos cuando el sol asoma como un bebé de los senos de la serrata del Cabo de Gata. Es una visión celestial pero el infierno es el tráfico de la A-7. Es uno de los tramos más peligrosos de España. Nadie ve, nadie reacciona. Tampoco vieron cuando construyeron esta autovía el maravilloso mirador sobre la ciudad y nuestra bahía que nos hubiera dado fama mundial.
Y tampoco ven de noche los políticos nuestra impresionante Alcazaba cuando entramos desde Bayanna, porque no tiene luces suficientes que remarquen su silueta. ¡Que se las pongan aunque sea para apagarlas el día ese del What the Fuck for the Climate Planet! Esta maldición visual de nuestros políticos afecta por igual a árboles, edificios, fachas que a pinguruchos.
A nuestra Almería y a los almerienses nos vendría bien una visión correcta, una sensibilidad a la vista física y a la visión de los problemas concretos. Nada más. Desde el soterramiento de la rambla y la construcción del paseo marítimo no hemos tenido concejales sino decoradores de interiores, con visión interior.
Estos días de atardeceres otoñales paso a la altura de las Torres de la Térmica, hogares con maravillosas vistas a levante y poniente. Pienso en aquellos holgados que vieron a tiempo la oportunidad de comprar uno de estos miradores. Y luego veo los que han venido detrás y con las útimas torres construidas les impide ver el atardecer a los primeros. Aparece el fulgor rojo del adiós del día, pienso y me sonrío: “¡Legañoso el último!”. Así somos.
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