España, centro de las miradas del mundo entero; a ver si damos la talla. Lástima que el mal clima político que impera en nuestro país amenace con relegar una ‘cumbre’ climática tan importante como la COP25, que, pese a la nutrida asistencia de jefes de Estado y de Gobierno, acabará siendo meramente ‘la cumbre de Greta’, ya lo verán. Todo quedará en una manifestación el próximo día 6, coincidiendo con los fastos de la conmemoración del 41 aniversario de la Constitución. Para entonces, es posible que tengamos algún dato más, en la medida en que lo quiera Esquerra Republicana de Catalunya, sobre si Pedro Sánchez va o no a ser investido presidente del Gobierno de España.
Fíjese usted qué semana tan ‘cargada’ nos está esperando ahí, cuando estamos lanzados ya a deslumbrarnos, país feliz, en la competición por dilucidar qué ciudad está mejor iluminada por Navidad.
La verdad es que España sabe organizar eventos como esta ‘cumbre del clima’; tenemos experiencia, locales adecuados, gente preparada. Y buen clima, en general. Lo que ocurre es que no es lo mismo el climático que el político, y todo influye. Los recortes de la prensa internacional que recibo ponen, en algunos casos, el acento en esta contradicción: una gran nación, la nuestra, que tuvo el valor de lanzarse, en poco más de un mes, a organizar este evento mundial, enfrentada a la mayor precariedad política.
Mucho me temo que los titulares de otra ‘cumbre’, la de los socialistas con Esquerra Republicana de Catalunya este martes, coincidiendo con la constitución del Parlamento, acabarán por eclipsar lo que esté ocurriendo en el parque ferial de Madrid, que de ninguna manera va a ser tan trascendente como lo de Kioto o París, ya lo verán. Pero no nos enteraremos bien, porque andaremos mirando más bien a lo que hacen, Dios mío, Adriana Lastra o Gabriel Rufián con nuestro futuro inmediato que a la lucha del planeta por su supervivencia a medio y largo plazo.
Esa es la tragedia: que la construcción del futuro pasa, en España, por salir del ahogo coyuntural y eso nos impide pensar en horizontes más lejanos. Se nos acusa de ser proclives a la improvisación, y la verdad es que nunca más que ahora. Se buscan soluciones de urgencia, lo que sea, para salir del ya largo atasco político, para evitar otras elecciones -que, dicen algunas encuestas, solo beneficiarían al Partido Popular; atención, porque esto puede ser la clave de algunas actitudes-, para contentar, de momento, a los ‘indepes’ catalanes, de los que depende, curioso, la estabilidad de la nación entera. Menuda sonrisa se les debe poner en la intimidad al ex ‘hooligan parlamentario’ Rufián y al preso Junqueras: nos tienen agarrados por donde ya sabe usted.
Estamos ante la oportunidad de empezar a reconstruir brechas casi seculares y la vamos a perder. Sentarse en una mesa de conversación (y de negociación) con quienes tienen una concepción diferente del Estado puede no ser tan malo como creen quienes solo piensan en soluciones ‘duras’. Lo que sí sería bastante malo es la angustiosa necesidad de acceder a que tu interlocutor en esa mesa te pueda imponer condiciones demasiado onerosas porque, si no, adiós investidura y hola a todos los males derivados de lo que vendría a continuación.
Y, mientras, la temperatura nacional, la política, sube muchos grados. Un día de estos nos vamos a asfixiar. Lo va a notar hasta esa casi niña malhumorada, por la que confieso sentir cierta admiración, llamada Greta Thunberg, esa pequeña diosa del medio ambiente que nos viene a visitar. Todos, todos, comenzando por ella, van a escrutarnos: ¿seremos capaces de salir con bien del examen al que vamos a estar sometidos? Pido silla de pista para constatarlo. Y contarlo.
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