Cuesta mucho escribir una crónica política hoy porque saber, saber, no se sabe nada con certeza. Hay datos, indicios, opiniones interesantes y pronósticos. Pero nadie es capaz de asegurar que habrá gobierno pronto y en los términos conocidos, o sea, PSOE y Podemos con apoyo del PNV y medio Grupo Mixto, más la imprescindible abstención de Esquerra Republicana. Ni así es seguro, porque Esquerra no deja de mirar el retrovisor con Puigdemont y Torra queriendo adelantarles para no quedar descolgados e irrelevantes. Hay otras opciones, pero aún verdes.
Pedro Sánchez tiene prisa por ser investido, aunque después le sea muy difícil gobernar aprobando Presupuestos; y Esquerra quiere retrasarlo cuanto se pueda para ver si la Justicia europea mejora la situación de su líder encarcelado, Oriol Junqueras, y así negociar mejor. En ese desajuste del calendario, los republicanos catalanes están cómodos y los socialistas cada vez más agobiados porque afloran sus discrepancias internas: los líderes de Aragón y Castilla La Mancha encabezan la oposición al pacto con los independentistas. Pesan lo que pesan, pero hablan por ellos y por otros.
La derecha española, entretanto, se toma un aperitivo anclada en su posición de bloqueo. La única novedad es que Pablo Casado ha insinuado que el problema se llama Pedro Sánchez. Se recupera aquella idea de las horas siguientes al cierre de urnas: deslizar que, sin Sánchez en escena, sería posible hablar de una abstención. Por eso, interpretaron algunos, se corrió a anunciar el pacto PSOE-Podemos; por eso, y para tapar el retroceso en escaños de los dos, de Sánchez y de Iglesias, en unas elecciones que nadie quería. Imagínense unas terceras, con las que sueña Vox.
En medio de esa tensa negociación, el PSC celebró Congreso y Miquel Iceta, reelegido, lo inauguró afirmando que “Cataluña es una nación” y que “España es una nación de naciones”. No hay que rasgarse las vestiduras porque dice la Constitución en su artículo 2 que España, en su indisoluble unidad, está formada por nacionalidades y regiones. Una de esas nacionalidades es Cataluña, y todas, esa también, están dentro de España. Racionalmente se entiende bien; emocionalmente la frase de Iceta agita a políticos y tertulianos desestabilizadores. Como Iceta añade que “haremos todo lo posible para que ese pacto se cierre”, quizás hable para enviar mensajes que a Sánchez le costaría presentar. Sin embargo, escasa o nula concesión es esa, porque los independentistas no admiten que España sea una nación de naciones.
¿Hasta cuándo el bloqueo? Hasta que Esquerra se atreva a independizarse de la presión de Torra-Puigdemont, o hasta que el abismo de las terceras elecciones sea el destino inevitable. Los llamamientos a los políticos a que se entiendan, cedan algo, demuestren rasgos de sentido del Estado, por parte de empresarios, sindicatos y sociedad civil, se anuncian en principio estériles. Pero sería un error de los diputados electos, que nos representan a todos y no solo a quienes los votaron en su provincia, no valorar el clamor creciente exigiendo que deben asumir su responsabilidad. Como señala un artículo del Círculo Cívico de Opinión, “tienen la responsabilidad histórica de constituir un Gobierno estable”. Háganlo o dejen paso. Febrero es el límite. No tendremos terceras elecciones sin revuelta popular.
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