Últimamente se anticipa tanto la navidad que cualquier día vamos a empezar a celebrarla a finales de agosto. Para mí, posiblemente por mi afición a la música, el pistoletazo de salida lo dan los niños cantando premios el día veintidós. Antes de esa fecha me niego a ir felicitando las fiestas.
Al hilo de esto, mis navidades de infancia y adolescencia van siempre ligadas a melodías, canciones o discos, siendo un trazo mas de mi banda sonora vital. Y no son precisamente los villancicos los que me recuerdan a esos entrañables días.
Como excepción, la primera canción que me emociona sí es un clásico del género, El tamborilero. Raphael la grabó en 1965, un año antes de que yo viniese al mundo y me acompañó cada navidad desde entonces. La historia del niño que, sin más que ofrecer, no tiene mejor idea que ir a darle el tostón con el tambor al mesías, algo tiene que me toca la fibra.
Pero en mi adolescencia todo lo que me recuerda a navidad poco tiene que ver con estas fiestas. En el 79 para mí fueron más importantes las elucubraciones mentales de Waters en The Wall, flamante doble de los Pink Floyd, que si la Virgen y San José encontraban un portal adecuado. Al año siguiente me desperté un día de diciembre con el asesinato de Lennon, justo cuando empezaba a descubrirlo. Mientras todos celebraban el nacimiento del niño, yo lamentaba la desaparición del que afirmó que The Beatles eran más conocidos que Jesucristo. Las campanas iniciales de (Just like) starting over me siguen trenzando un nudo en la garganta. Para compensar, los reyes me trajeron disco de otro de mis nuevos dioses, Mike Oldfield: QE2.
Los ‘alaridos’ del gran Peter Gabriel cantando Shock the monkey marcaron el inicio de mi navidad del 82. Recuerdo acompañar a mi padre en su trabajo e ir escuchándolo en el casete del coche junto a otra de mis adquisiciones de esos días, I advanced masked, el dúo entre Robert Fripp y Andy Summers. Pero si algo me retrotrae a ese fin de año es la preciosa balada del ya entonces calvito Phil Collins, Don't Let Him Steal Your Heart Away, que iba en su segundo disco, Hello, I must be going.
Y en el 83 fueron las Pipas de la paz de un McCartney siempre genial las que marcaron mis vacaciones. Su videoclip recreando la famosa tregua entre alemanes y británicos en el frente para celebrar la Nochebuena tiene tanto de moñas como de entrañable.
Dicen que en esas edades tempranas se forja tu carácter y, desde luego, en lo musical yo tengo claro que así fue. Os invito a intentar hacer este ejercicio de recuperación de vuestra propia memoria musical navideña, y ya me contaréis.
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