De todas las épocas del año, las fechas navideñas son las más proclives al desencuentro familiar o amistoso, en paradójico contraste con el afectuoso motivo de estas reuniones. Lo cierto es que en las próximas horas se van a producir encuentros entre familiares y amigos con muy diversos gustos, pareceres, opiniones y, a lo que me vengo a referir, con posiciones políticas no siempre coincidentes. La convulsa escena política española y la intensidad con la que muchos viven y proyectan sus convicciones, hace que las cenas de Nochebuena o los almuerzos de Navidad sean escenarios tan peligrosos como un certamen de desactivación de bombas o un concurso de baile sobre un campo de minas. En las mesas coinciden habitualmente personas con ideas diferentes en todos los ámbitos de la vida y casi nunca hay problemas por ello, pero la cercanía y la confianza que genera el ámbito familiar hacen que los filtros de precaución se levanten y que las opiniones se expresen de un modo menos matizado, lo cual aumenta las posibilidades de fricción y tirantez. Vamos a cenar y comer con personas que estarán espantadas ante la formación del nuevo gobierno que se apunta, y con otras que lo verán con ojos más indulgentes. Y no sé si la ocasión será la más propicia para expresar enérgicamente nuestros puntos de vista, dada la posibilidad no descartable de que el encuentro produzca innecesarias salidas de tono que arrojen un saldo de irrecuperables roturas en la cristalería de la abuela o que los cuchillos acaben volando de un lado a otro de la mesa. Para evitar males mayores y en atención al carácter entrañable de las fechas, hagamos el esfuerzo de evitar temas tan ásperos como la política y centrémonos en cuestiones más amables. Recuerden que el mejor escenario político es la convivencia, tanto en el Congreso como en la mesa familiar. Así que tengamos cabeza, como las gambas, y no se la queramos comer a nadie con nuestros personalísimos puntos de vista. Eso sí que es peligroso.
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