Es una pena que hoy ya no se estilen las inocentadas que hace décadas eran casi obligadas en periódicos cada 28 de diciembre hasta casi convertirse en un subgénero informativo puntual.
Acostumbrado como estaba de niño a leer por encima el periódico era casi mi día de Reyes adelantado. Le preguntaba a mi padre para que me la explicara la broma si era muy complicada. Las inocentadas antes eran muy inocentes. Eran del tipo “El Ayuntamiento sacará un concurso popular para ponerle un vestido al indalo” o “El exterior de la Alcazaba será cubierto por Silestone”.
Las inocentadas hacen pensar. Como con la ironía, la sátira o la parodia, con ellas se trataba de pensar en subjuntivo; lo que pudo haber sido, lo que sería, fuese, habría sido o cualquier otra de esas conjugaciones que gracias a la era digital estamos perdie do en el otrora rico español. La inocentada era la versión guasona y localista de las serias utopías, desde las inaugurales de Moro y Campanella hasta las distopías de Orwell, Phillip K. Dick y Clarke.
Entre los 80 y 90 surgió un semanal llamado ‘Noticias del Mundo’ que estaba lleno de noticias así y hoy pervive El Mundo Today. Cuando ya casi nadie en la prensa se atreve a gastar inocentadas.
Nuestra capacidad de creer y de confiar no es que haya desaparecido, es que ha mutado. El equilibrio entre lo posible pero irreal y lo real pero absurdo ha desaparecido. Por ello la indiferencia ha venido a sustituir a la inocencia, la desgana ante la realidad indistinguible de la irrealidad, lo que los filósofos cursis vienen llamando “hiperrealidad”.
Las divertidas inocentadas periodísticas eran una señal de fortaleza del periodismo que conocí y su desaparición hoy es un síntoma de la debilidad que ya todos admitimos frente a las redes sociales. Este fenómeno en general tiene su guión particular en Almería: Que viene El Corte Inglés, pues vale. Que no viene, pues vale también. Que viene el AVE, pues vale, que no viene, pues a mí, plin. Que viene el IKEA, pues mira tú. Que no viene, pues normaaaaá.
La inocentada periodística hoy no puede superar a la realidad en su capacidad de irrefrenable absurdez. Lo es en Cataluña pero también en Almería, con nuestras cosicas. Prueben a distinguir estos titulares de posibles noticias, del pasado, presente o futuro. Ahora que los funcionarios estamos de vacaciones tenemos tiempo para jugar a “Inocentada o realidad”:
- “El monumento a los Coloraos se colocará en el faro de San Telmo para que se vea bien”.
- “El PGOU arrasa con toda la vega a la espera de llenarla de pisos las próximas décadas”.
- “Sectores de la sociedad y líderes de opinión defienden l demolición del Cable Inglés”.
- “El Ayuntamiento contrata a David Copperfield para hacer desaparecer 200 coches del barrio de Artés de Arcos”.
- “Se descubre un almacén municipal secreto donde van a a parar todos los árboles que se quitan de calles y plazas”.
- “Construyen una mole de hormigón bajo el mayor monumento histórico de Almería”.
- “Periodistas destacados se burlan de que se recuerde la estancia de John Lennon en Almería con una estatua”.
- “La calle principal de Almería se convierte este verano en un Aguaparc hinchable”.
- “Almería es ignorada en un reportaje de El País sobre las mejores ciudades con tapas”.
- “El nonagenario Ennio Morricone tocará por última vez en España, pero no en la ciudad a la que puso su banda sonora”.
- “El cable inglés tendrá carril bici cuando se reforme”.
- “Un jeque de una dictadura oriental compra la UD Almería y regala coches y conciertos”.
¿Qué? ¿Distinguen las inocentadas de la realidad?
En Almería ya no tienen sentido las inocentadas cuando la realidad supera a la parodia en muchos casos. Recuperar la inocencia es recuperar la co fianza en la realidad y en Almería, ésta nos ha traicionado y ha pasado de largo tanto.
Sin embargo, seguimos siendo inocentes los almerienses sin movernos de la palabra. Es inquietante que dentro de la misma grafía y bajo los mismos sonidos el significado cambie tanto de un extremo a otro, de puros y cándidos a mansos y sumisos.
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