No siempre el calendario ha estado dividido como en la actualidad. La civilización maya tenía tres. Uno con períodos de hasta 819 días para grandes hitos. Otro de dos ciclos, uno con números del 1 al 13, y otro con 20 días definidos con un número y una divinidad. Pero era complicado para los campesinos, así que aparece el calendario civil con 18 meses de 20 días, más 5 llamados ‘período sin nombre’, representado con un jeroglífico que expresaba caos, desorden y maldiciones. Hoy, de pleno en esos cinco días, estamos envueltos en un gran desorden institucional, a la espera de que los partidos tengan altura de miras y el patriotismo de las grandes ocasiones para que el País ande a pleno rendimiento. Pero hay quien se empeña en prolongar este año angustioso y de egoísmos, un año más de injusticias. Como el asfixie sin piedad que Moreno Bonilla y la extrema derecha ejercen a los municipios del interior, cerrando oficinas de liquidadores de tributos, eliminando el servicio de respiro familiar en fin de semana y festivos en centros de día, echando el cierre a colegios rurales, o recortando prestaciones sanitarias. Hay a quien le interesa retrasar este fin de año, y llevarlo hasta marzo o abril, como en Mesopotamia (2.000 a.C.) al comienzo de las nuevas cosechas, pero somos muchos los esperanzados con que en la primera luna creciente de 2020 tengamos una cosecha democrática de medidas sociales que saque del abismo y la miseria a tanta gente a la que la derecha se empeña en enterrar, sean cuales sean los apoyos a Sánchez, no olvidemos que el PSOE dejó gobernar a Rajoy sin nada a cambio. Como viene marcando la tradición desde la antigua Roma en el s. IV a.C., donde era común asesinar a los enemigos con veneno, con lo que se brindaba con los amigos para demostrar la confianza en el choque de copas con la misma bebida, confiemos poder brindar en Nochevieja para tener por fin Gobierno, y esperemos que la copa no esté envenenada.
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