Tras llegar a la venta, Sancho sorprendiose mucho al ver que don Quijote la tuvo por venta y no por castillo, como cuando fue armado caballero. Tan pronto lo divisó el ventero, un andaluz algo malicioso y amigo de chanzas, recordó lo loco y falto de juicio que estaba el nuevo huésped, por lo que, tras agasajarlo como si de un alcaide se tratare, decidió, dado que era el día de los Santos Inocentes, llevar adelante alguna burla. Para ello, púsose de acuerdo con un arcipreste, tan inteligente como socarrón, de nombre José Manuel de Román, que, en la venta, aquella noche acertaba a hacer jornada y al que no cobraría dinero alguno si se prestaba a hacer lo que él le dijere. El eclesiástico, jocoso como era, lo dio por bueno. Y Ansí, pasado un tiempo corto, sin importarle la presencia de Sancho y de un arriero, que también se hospedaba allí, dirigiose a don Quijote de esta guisa:
Me arrodillo ante vuesa merced y espero que su grandeza acoja mis manos, señor don Quijote de la Mancha, que por la corona de Cristo le aseguro que acabo de ver a la más hermosa mujer que nunca haya conocido, doña Dulcinea del Toboso, que viene en su busca para rendirse a sus encantos. Asegurome, entusiasmada, que ha tenido conocimiento de que es vuesa merced el más famoso y valiente caballero andante.
—Señor cura o fraile o arcipreste o lo que bien sea, hágame el honor de levantarse, pues quiero abrazarlo con toda la fuerza que Dios me ha dado. Siéntome el más dichoso ser de cuantos hoy viven en la tierra. ¡Oh sobre las bellas, la más bella, mi Dulcinea del Toboso! Sancho, deja de comer bellotas y prepara a Rocinante, que, aunque a punto de anochecer, he de salir de inmediato en busca de tan hermosa princesa.
Bien pensado por vuestra merced –continuó con la burla el arcipreste-. De esta guisa, el encuentro alcanzará para Dulcinea la más alta felicidad que acertara a desearse.
—Vamos, Sancho -dijo don Quijote-, que albricias destas no esperadas como buenas nuevas pocas veces se dan. ¡Pardiez!, que hoy es el día más feliz de todos mis años.
Con gran inquietud, sudando por la excitación, con su cerebro y estómago asidos y trabados por los nervios, se dirigía don Quijote hacía Rocinante, cuando su rostro se demudó al ver que el ventero y el arcipreste daban tremendas carcajadas con los carrillos hinchados y los rostros tan rojizos que les querían reventar. Una vez que ya estaba algo apaciguado, el ventero tomó la palabra y dirigiose al caballero para preguntarle si es que no sabía que hoy era el día de los inocentes, cuando se gastan bromas y que no otra cosa era su noticia, pues el arcipreste llevaba horas en la venta y ni había visto a mujer alguna ni nada que se pareciese.
—¡Oh malditos seáis los dos por el infame agravio que me habéis infligido!¡Maldita y mil veces maldita esta costumbre de hacer bromas, que más parescen simplezas, a las que somos poco dados los caballeros andantes!
Viendo tan alterado a don Quijote, el arriero intentó mediar pero en vano, pues don Quijote continuó con su plática:
—Habréis de saber que los caballeros andantes, como enemigos de familiaridades excesivas, somos hombres nascidos para las veras y no para las bromas. Estas, cuantas menos sean mejor y siempre sin daño de terceros. Las bromas no se han de juzgar de parte de quien las hace, sino de parte de quien las recibe; y si este las tomare bien, bien serán…, y si las tomare pesadamente, infames resultarán. Y esta de vuestras mercedes lo es así.
Sancho, pasmado aún ante el arrebato de su señor, se dirigió al arcipreste y al ventero:
—Mi señor don Quijote, como buen manchego, es tan iracible como honrado y no da bromas a nadie ni las consiente de persona alguna.
Irascible has de decir, Sancho, que no iracible –respondió don Quijote, muy entristecido-. Y menos las consiento si tales bromas son bufonas y de poco ingenio.
El arcipreste, que vio que don Quijote volvía a sentir indignación, pretendió, ya serio, quitar yerro y habló de esta guisa:
—No os despechéis, señor Caballero de la Triste Figura, de la broma que os hemos hecho, aunque algo pesada sí que parece. Y es que la broma y la pesadez van unidas en una sola palabra. No sé si sabrá que la palabra broma no solo significa ‘chanza’, sino también ‘cosa pesada’. Esta acepción última procede del vocablo broma, nombre que se daba a un molusco que carcomía los buques. Esto hacía que el agua se introdujera en las galerías abiertas por el animalito, por lo que el buque resultaba pesado y tardo en la navegación. Y esto derivó en la acepción de ‘cosa pesada’. No era infrecuente leer en los historiadores de Indias que «los navíos estaban ya muy bromados e facían mucha agua». De aquí derivó a una nueva acepción y el vocablo broma empezó a significar ‘contrariedad’ o ‘molestia más o menos desagradable y dañosa’, que se da en muchos lugares de las Indias, sobre todo con el término embromar, que es `fastidiar, perjudicar, molestar´.
—Sin duda –respondió don Quijote- que más que donaire ha resultado una sandez inoportuna. Y suerte tienen de que no son caballeros, que, si lo fueren, ya habría yo castigado tan insolente atrevimiento. Retirémonos Sancho a nuestro aposentos, que mañana será otro día y este sí que nos ha de llevar a digna aventura.
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