En el fútbol español hubo un tiempo de juego en el que los defensas no hacían prisioneros. Los equipos se cerraban atrás poniendo en línea a cuatro o cinco tipos duros que miraban de mala manera incluso al fotógrafo que les hacía posar en dos filas antes de cada partido, y que se vanagloriaban de poner en práctica ante el rival una servidumbre de paso resumida en un concepto simple: o pasaba el balón o pasaba el contrario. Los aficionados más veteranos recordarán a Iselín Santos Ovejero, el central argentino que jugando en el Zaragoza rompió una portería, al Tigre Migueli del Barça cuando el equipo se llamaba Barcelona y al mítico Gregorio Benito, (mi favorito) al que la grada del Bernabéu pedía a coro sacar el hacha.
En Almería recuerdo haber visto al inconmensurable Piñero levantando con sus botas rasantes el césped recién puesto del Franco Navarro en pos de algún balón o alguna tibia; tanto daba. Eran jugadores de piernas hirsutas y mostachos feroces con más empuje que técnica, conscientes de su papel en el equipo. Otros tiempos, ya digo, aunque a veces la política actual nos recuerda ese juego directo y brutal del patadón y tentetieso con la irrupción de figuras que ejercen de defensa central a la vieja usanza. En Almería, el socialista Rodrigo Sánchez Haro viene ocupando últimamente una demarcación de cierre leñero, que sorprende en ocasiones por la innecesaria dureza de su línea argumental, levantando tacos por encima de las cabezas pensantes y metiendo la pierna en todos los charcos. La otra mañana, él, que milita en el partido que ha gobernado Andalucía durante los últimos 37 años, se permitió el taconazo de acusar al nuevo gobierno andaluz, que apenas lleva doce meses de gestión, ¡de despoblar nuestra comunidad! Hombre, de eso no: tarjeta roja por fingir agresión. Y es que mientras que ninguno de estos viejos jugadores se creían Beckenbauer, parece que Rodrigo se ve ya como el káiser del progresismo andaluz. Y como que no.
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