No le pega mucho a Oriol Junqueras la utilización de “emojis” en sus mensajes, pero en el caso de que se hubiera rendido a su uso, cual parece que han hecho millones y millones de criaturas humanas por alguna razón que se me escapa, habrá mandado uno a sus correligionarios de ERC del tamaño de una hogaza. Uno sonriente, o carcajeante, o descojonado del todo, aunque no sé si de éstos últimos los hay.
La llamada Fundación del Español Urgente ha elegido “emoji” como palabra del año, pero no porque le guste la palabra, sino su significado, más japonés si cabe que el vocablo que lo nombra. Entre las razones que alega para justificar semejante designación se halla la de que el “emoji” es una cosa rápida, lo cual encaja con el gusto por la urgencia de dicha fundación, pero ahí parecen acabarse, desde un punto de vista sereno, las laureadas bondades del “emoji”: si la palabra es fea, más fea que pegar a un padre, los dibujillos esos que suplantan la escritura y enmascaran la pereza y/o el analfabetismo son todavía más horrendos que la palabra.
El “emoji”, que ya llevaba unos años dando sustos a las personas sensibles e instruidas en su denominación de “emoticones”, viene, eso sí, a satisfacer una necesidad que al parecer hoy se tiene, la de reducir al mínimo la comunicación real, singular, entre las personas. Entre éstas, hay muchas maneras de trasladar en palabras un te quiero, un estoy hecho polvo, eso es una caca, estoy más contento que unas castañuelas o me muero de miedo, pero sólo una, representada por uno de esos dibujos pueriles y de ínfima factura, de decirlo. Todo el mundo igual, como si fuera igual todo el mundo.
El “emoji” no es un vocablo, sino un venablo, una saeta envenenada que acierta en el corazón de la lengua, de todas las lenguas. La gente empezó por no querer verse (el teléfono), luego siguió por no querer hablarse (SMS, WhatsApp...) y ahora llega con los “emojis” el momento de no querer decirse nada, ni mediante el habla ni con la escritura, o, cuando menos, nada con voz ni con estilo propios.
El “emoji” es la barbarie, pero Oriol Junqueras, al que se puede censurar por tantas cosas, es un tipo culto, y no creo que haya respondido al regalillo de la Abogacía del Estado con uno de ellos del tamaño de una hogaza.
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