Cuando Marco Tulio Cicerón, ciudadano romano, republicano, filósofo y político; dijo, allá por el siglo primero antes de Cristo: “Quien olvida su historia, está obligado a repetirla”; esa frase lapidaria que, aplicada a Roma, marcó el inicio de su decadencia, ha sido sin embargo una sentencia o mejor, una predestinación, del futuro que durante los siglos XX y XXI, está hundiendo a la nación más grandiosa que vieron los siglos en Europa y que dominó el mundo durante más de cuatro siglos. España está siendo defenestrada por los mismos españoles que debieron de sentirse orgullosos de ella; y, sin embargo, por sus odios, envidias, rencores y sentimientos espurios, además de renegar de su historia y su grandeza, la están destrozando, al dejarla en manos de quienes no la sienten como una sola nación que ha sobrevivido más de quinientos años. El último pacto que se ha firmado en el Congreso de los Diputados es, sin lugar a dudas, el epitafio de la España que ha sobrevivido, con enormes sacrificios y ríos de sangre derramados, a todos los avatares de la historia menos al socialismo.
Triste sino el de unos españoles que, en la vejez, cuando muchos hemos dedicado nuestra vida por dejar a nuestros hijos y nietos una España rica y democrática; y que, además sentimos a España como una sola y unida; nos corresponda ser, ante Dios y ante la historia, los notarios que habremos de certificar su defunción como estado grande y de una historia y cultura ancestrales. Cuando nosotros conquistábamos el mundo con barcos y cañones, los que hoy dominan el mundo iban con taparrabos corriendo detrás de los conejos; pero ellos, han sabido elegir mejor a sus líderes. Comenzaron nuestros políticos, atacando la riqueza más grande de nuestra nación, la lengua castellana, un patrimonio que hemos regalado a más de quinientos millones de personas. Por parte tanto de la derecha como de la izquierda, nuestra lengua inigualable, se dejó avasallar, mancillar y lo más grave, ¡Prohibir! (si no de iure, si de facto) en la misma España. Y a mí, no me lo tienen que contar, lo he vivido y sentido de cerca; y lo sigo viviendo y sintiendo en la actualidad, hoy mis nietos, viviendo en España, no pueden estudiar en español. Quienes decían – así nos lo vendieron – que buscaban la igualdad de todos los españoles, nos engañaron desde el primer momento repartiendo España en parcelas de primera y de segunda; y lo aceptamos y sufrimos cual bueyes emasculados, sin acordarnos siquiera de que los toros bravos son el símbolo inequívoco de la bravura de estas tierras.
Cuando Miguel Hernández hablaba de los leones o los bueyes, estaba preconizando lo que en realidad era – y ha sido – este pueblo que, llorará como mujer lo que no ha sabido defender como hombre. Cuando el primero de enero de 1.935, José Antonio Primo de Rivera dijo: “Tenemos una fe resuelta en que están vivas todas las fuentes genuinas de España. España ha venido a menos por una triple división: por la división engendrada por los separatismos locales; por la división engendrada entre los partidos y por la división engendrada por la lucha de clases. Cuando España encuentre una empresa colectiva que supere todas esas diferencias, España volverá a ser grande como en sus mejores tiempos”, realmente estaba acertado porque entonces aquellas fuentes genuinas, aún estaban vivas; hoy, por desgracia, esas fuentes se han secado y, como dijera Don Quijote, en los nidos de antaño, no quedan pájaros hogaño. ¡Dios nos ampare!
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