Cuando la presidenta del Congreso leyó el recuento de los votos y proclamó superada la investidura se oyó un clamor como si estuvieran celebrando un gol en un campo de fútbol.
En más de 40 años de democracia nunca se había visto una hinchada política así de enfervorizada, que incluso aplaudía a sus líderes nada más pisar la moqueta hacia el estrado.
Entre los fondos norte y sur del hemiciclo se intercambiaban gritos, aspavientos y gestos retadores. Casi todos parecían ultras. Los hinchas gritaban y vociferaban; había más emoción que la de Tomás Roncero la noche en la que el Real Madrid consiguió la ansiada séptima Copa de Europa. Al dia siguiente, AS y Sport hablan de lo mismo pero como si fuera completamente distinto. Cada fiel lee solo “su” periódico para que le de la razón, como hoy hace facebook. No hay hechos en el espectáculo de la política-fútbol.
La política y el fútbol en España han cambiado de forma paralela estos años atrás. Cuando hace 35 años lo más emocionante que ocurría en el Congreso era una pausada y profunda calada de Santiago Carrillo a su cigarro se hacía política de verdad. El fútbol era algo muy sencillo, tanto como las frases hechas de cualquier jugador en respuesta a Miguel Ors.
Hoy día el fútbol se ha convertido en un monstruo glotón, insaciable de espectáculo y negocio. Padres y madres lanzan sus bebés a sus ídolos como si fueran la Virgen del Rocio. Las ruedas de prensa de cualquier pateador del balón crean más expectación que la de cualquier científico. Hay debates y tertulias de horas alrededor de una zancadilla y se habla más de cualquier fichaje que del futuro de las pensiones de millones de españoles.
Esta deforme mutación del fútbol ha invadido hasta confundirse otros espacios comunicativos, principalmente el político. Y con ello,se han transplantado su emoción exacer- bada, su dogmatismo irracional, un esteticismo hueco y narcisista. Hoy apenas se distinguen fútbol y política.
El distópico “prosés” no hubiera sido tan efectivo sin la existencia del F.C. Barcelona y su irrracional rivalidad con el Real Madrid. No es casualidad que uno de los más potentados apoyos del independentismo es el millonario magnate de la Sexta Jaime Roures, quien hizo su fortuna negociando la televisiva burbuja futbolística de los 90. Los gritos de “con Rivera, no!” a Pedro Sánchez en las últimas noches electorales no son muy distintos a los de los fanáticos de cualquier equipo que le gritan “¡Besa el escudo!” al despistado futbolista extranjero recien llegado al Benalmádena CF desde 3.000 kilómetros de distancia. Son los mismos ultras que insultan a los jugadores con la absurda expresión “mercenarios”. Se creen los guardianes de una esencia inmutable de su equipo. Como los españoles con sus equipos politicos respectivos.
A los hooligans y ultras de todos los equipos les pediría que se serenasen. Los partidos no contienen esencias inmateriales, no poseen verdades eternas. No hay identidades ni fidelidades inmutables. Hay solo hechos.
Cuando a principio de curso hablo con mis alumnos de fútbol y me preguntan por mi equipo, se sorprenden cuando les digo que me encanta el fútbol pero que no tengo equipo fijo.Bueno, que voy cambiando según ellos cambian. Les cuesta entenderlo. Les explico que voy cada año con el mejor y lo busco por la tele para disfrutar así siempre del fútbol. Les hablo del Madrid del Buitre, del Valencia de Mendieta, de la Real Sociedad del joven Alonso, del Barcelona de Iniesta. Todos estos han sido mis equipos. No me debo a ninguno, como en la política. Solo a su juego, a los hechos.
Los votantes que no nos casamos con ningún equipo-partido somos los que quitamos y ponemos gobiernos. No nos llevan las emociones ciegas. Por eso me inquieta mucho que Pablo Iglesias llorara a moco tendido como Tomás Roncero. Dejemos serenamente que hablen los hechos, que veamos su juego, lo disfrutemos o lo lamentemos.
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