Lo dijo la semoviente de Bildu: “Sois el último tren hacia la última estación”. Con estas pocas palabras se resume el espíritu de la legislatura del próximo gobierno antiprogresista (jamás comunismo, secesionismo, socialismo de autor y otras excrecencias ultralevógiras avanzaron en nada que no fuese la administración de la miseria y el liberticidio). Se refería esta individua a Pedro Sánchez (locomotora del tren socialista), único capaz de colmar las apetencias secesionistas de independentistas catalanes, vascos y gallegos; es decir, “alcanzar la última estación” no es otra que la “Termini España”. O sea, acabar con la unidad nacional a cambio de un gobierno que, con el argumento de evitar a la “ultraderecha”, se arrulla en el mórbido regazo de antiespañoles, antimonárquicos, anticlericales… pero decididamente afectos a la generosa soldada que les provee estipendios provenientes de la “putaespaña” que tanto dicen repudiar.
Es de general aceptación que la clase política surge de la extracción social de allá donde radican o pacen, según el tipo de grey. Pero resulta desconcertante que coincidan en bancada colindante tantos especímenes que, al parecer, jamás tuviesen experiencias inherentes a la sociedad civil “normal”. No se entiende que alguien suba al estrado para excretar “¡Me importa un comino la gobernabilidad de España!”. Imaginen un consejero que diga que le importa una higa la rentabilidad de su corporación… y que el consejero delegado o el presidente del consejo de administración le suba el sueldo. Imaginen un médico residente que le diga al jefe de Urgencias que le importa una mierda que se le mueran los pacientes… Me pregunto de qué tipo de sociedad han sido extraídos estos individuo/as que espetan estos argumentos.
A base de invectivas genéricas, filípicas personalizadas, exabruptos y algún escupitajo se ha logrado perder la perspectiva de algo tan esencial como es el compromiso. Comprometerse a mantener la palabra, en política, es la nueva acepción de mentira y fraude.
Con Pedro Sánchez se ha hecho imposible encontrar una verdad de entre sus categóricas y enfáticas aseveraciones.
Sánchez ha logrado anticiparse a la “última estación” que mencionaba la filoetarra.
Acaba de liquidar al PSOE, y abre la nueva época del “Socialismo de Autor” (eludo la grafía de las siglas para evitar anfibología con las de Ernst Röhm -que no es mi intención-). Este nuevo socialismo, después de 140 años, explora y se conduce con partidos emergentes (de emergencia, no emersión) para una legislatura que, por supuesto, será duradera y, como dijo S.M., “el dolor vendrá después”. Queda saber el alcance, intensidad y persistencia de ese “dolor”… y si habrá pronta reversión de la avería.
Será duradera. No hay mejor escenario para los secesionistas y ventajistas del perrilleo que el que provee una legislatura que limpia la molesta broza de los tribunales de justicia, censura el periodismo discrepante y decreta ultraderecha a los outsiders de su “progresismo”.
Jamás se podrán ver en otra oportunidad como esta. Sólo queda la esperanza fundamentada en la naturaleza intrínseca del socialismo: fagocitar a sus socios. Ya lo vimos en Andalucía con la deglución del Partido Andalucista y la dentellada a IU-CA. La ecuación es sencilla: si el PSOE ha logrado engañar a todo su electorado; cómo no va a engañar a una camarilla de socios indeseables a los que desprecia indisimuladamente, salvo el tiempo de usar y tirar.
El Socialismo de Autor (antiguo PSOE) ha programado una fiesta en la sede de calle Horno para celebrar el advenimiento de Sánchez; supongo que para celebrar los determinantes apoyos de Sonia Ferrer Tesoro y José Guirao Cabrera, sin los que a Cataluña, País Vasco y Galicia no les va faltar de nada, todo gracias a los votos de los almerienses que creyeron que votaban a unos representantes que iban a defender los intereses de Almería y Andalucía.
Almería, con los 9 votos que consiguió decantar Consuelo Rumí, ya posibilitó que Zapatero ganase al favorito Pepe Bono. Un hito histórico para la catástrofe conocida y padecida que ahora se torna en incertidumbre inquietante gracias a la “generosidad” de Ferrer y Guirao. Y, encima, van y lo celebran.
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