José Luis Masegosa
01:00 • 31 oct. 2011
Como manda la tradición, mañana abrirán muchos teatros el escenario de la clásica y castiza obra del Tenorio, don Juan. En las ciudades y pueblos que aún tienen la suerte de contar con espacios para la dramaturgia, el día de todos los santos, marca el inicio de la temporada teatral. Esta vieja tradición de las tablas acaso no sea suficientemente conocida y reconocida por las nuevas generaciones, pero llegados estos días de castañas y honra, de recuerdos y pasajes, me vienen a la memoria historias y leyendas, cuentas y cuentos, en los que el amor –“dar la vida y el alma a un desengaño”, que escribiera Lope de Vega- convive en íntimo maridaje con la pasión, la muerte y la vida. No era la primera ocasión que el relato me llevaba de visita a criptas y cementerios.
Fue una noche de paseos por nuestra Almería. Llegados a la Puerta de Purchena encaminamos los pasos hasta los pequeños jardines que dan cara a la Iglesia de San Sebastián. Informada mi leída acompañante de la advocación del templo almeriense que nos ensombrecía de las farolas, no dudó en hablarme con ilustrado entusiasmo de una historia de amor y muerte oída a su abuela acerca de una cripta, la de Nuestra Señora de la Novena, que cobija la iglesia también dedicada a San Sebastián, en su Madrid natal.
El relato se había producido con motivo de una visita de mi interlocutora a la mencionada iglesia, en compañía de su abuela paterna. Según su antepasada, el referido sepulcro que albergan los muros del templo madrileño guardan los restos de María Ignacia Ibáñez, reconocida actriz teatral que trabajó, mediado el siglo XVIII, en las compañías de María Hidalgo y en la de Juan Ponce, en la que llegó a ser primera dama. La joven actriz, rubia, bella y hermosa, había despertado una irrefrenable pasión en el militar y poeta José Cadalso, quien pese a los consejos contrarios de algunos de sus íntimos amigos, no titubeó en pedir matrimonio a la admirada artista que vive los mejores momentos personales y profesionales, pues no le falta el amor, la juventud y el éxito. En plenitud vital, María Ignacia muere a los 25 años y es enterrada en la aludida cripta de la iglesia de San Sebastián, en donde el poeta había deseado celebrar sus desposorios. Cadalso no se resistió a la soledad en que había quedado. Ayudado por el sacristán del templo se entrega a la recuperación del cuerpo de la amada para llevarla con él, pero es descubierto y detenido. Diez años después el soldado escritor murió abatido por una granada británica al no querer impedirlo él mismo, pero su corazón había muerto diez años antes cuando se fue María Ignacia Ibáñez, la Filis de su alma.
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