El parto del Gobierno merecería ser incluido en el programa de alguna Convención médica por uso de fórceps y casi cesárea. También en algún Congreso de Derechos y Libertades, por acoso psicológico descarado a diputados de partidos provinciales, que resultaron decisivos. El espectáculo de insultos desatado en el Congreso, que nunca se había escuchado tan zafio, y la recuperación de un lenguaje guerracivilista, además de provocaciones intolerables por parte de alguna señoría independentista, han dejado en el Libro de sesiones pasajes penosos que, al ser retransmitidos por TV, radio y redes sociales, han impactado fuertemente en la ciudadanía. A ver cómo se le dice ahora a un niño que debe hablar con respeto a los demás, si algunos lo pierden en sesión institucional solemne entre aplausos y declaraciones de admiración de sus correligionarios. Una tristeza.
Pero hay Gobierno; por fortuna, ya que la alternativa era una descabellada tercera elección. Aún hay quien dice que Pedro Sánchez tenía otras opciones pero, si Albert Rivera se negó cuando podía, y si Pablo Casado optó por el bloqueo a menos que el PSOE ofreciera otro candidato, no se detectan esas alternativas. Parto doloroso, pero hay Gobierno.
Gobierno de coalición por primera vez en la democracia, se insiste. Adolfo Suárez discreparía. Solía decir que el primer gobierno de coalición lo presidió él -y no le faltaba razón- porque tenía como ministros a liberales, democristianos, socialdemócratas y “azules”. La distancia ideológica entre aquellos ministros era muy notable pero salieron adelante, por lo que no hay razón suficiente para que los que ahora toman posesión no logren un mínimo de coherencia. Al final aquel Gobierno de Suárez estalló, pero solo porque se desintegró el partido que lo sustentaba. “La UCD se hundió porque en su objeto social figuraba el organizar unas elecciones democráticas y realizar la Transición, por lo que luego se agotó”, sostiene el expresidente Aznar. Este nuevo Gobierno de Pedro Sánchez tiene como objeto social una nueva transformación del país: la primera nos llevó a Europa y a la modernización; la segunda, según dijo Sánchez en su investidura, profundizó en las libertades individuales; la que ahora se pretende debe reparar las heridas sociales que dejó la crisis económica, iniciada en 2008, con su legado de desigualdad.
Pregonan los agoreros que este gabinete no va a durar. Ya veremos. Aprobar leyes y sobre todo los Presupuestos con el batiburrillo de diputados que permitió la investidura, se antoja dificilísimo. Pueden darse otras sumas de votos, aritméticamente es cierto, pero muy poco cabe esperar de la derecha, partidaria del bloqueo legislativo. Aún con esa realidad tan complicada de fondo, hay dos elementos cruciales que abonan una tímida esperanza de relativa estabilidad: la primera es que Sánchez, Iglesias y sus aliados saben que más les vale que este Gobierno dure, porque la única alternativa es otro de derecha con gran peso de la ultraderecha. Y el segundo elemento se resume en dos preguntas clave: ¿puede permitirse Pablo Casado, si quiere gobernar España en el futuro, anclarse en el bloqueo permanente? ¿No corre el riesgo de ser fagocitado por las posiciones duras de Vox? Sánchez lo tiene muy difícil, pero Casado también. Se levanta el telón: hay Gobierno. Actúen.
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