¿De dónde ha vuelto España?

Una de las características más notables del buen progre es una vanidad inabarcable que le hace considerarse origen y núcleo de todas las cosas buenas que ha conocido el ser humano. El progre patanegra hace de su narcisismo intelectual la razón y el motivo de cualquier transformación, mejora, evolución o desarrollo experimentado en su pueblo, en su ciudad, en su comunidad, en su país y hasta en el mundo mundial. Gracias a un progre el ser humano se calentó con fuego, circuló sobre ruedas, se sanó con medicamentos, creó la democracia y forjó civilizaciones ecotransversales y sostenibles. En paralelo, todo lo que quede fuera de las coordenadas que marque el propio progre ha de ser necesariamente negativo, mustio, sombrío y fascistoide. Lo malo es que a veces, en ese afán por señalarse como causa y fuente de todo lo valioso, se acaba desprestigiando un pasado lleno de múltiples y cercanos protagonismos. Por ejemplo, la nueva ministra de Exteriores, Arancha González, aprovechó el acto de traspaso simbólico de cartera (por cierto, no se sabe si la ministra de Transición Ecológica se ha repuesto ya del soponcio que ha debido suponerle la confección de tanta cartera de piel legítima. Toda una hecatombe, en el sentido etimológico del término) para decir en inglés que España había vuelto. “Spain is back; Spain is here to stay”, dijo ufanamente, haciendo que muchos nos preguntásemos de dónde volvíamos o dónde demonios habíamos estado hasta ese momento. Es decir, que según esta iluminada (hay una gavilla de perfiles similares en el nuevo organigrama gubernamental) la larga y notable historia de España cuenta desde hace unos días con un hito determinante, que es su llegada al Ministerio de Exteriores. En fin. Me pregunto qué pensará de semejante debut su antecesor en el cargo, el siempre lúcido Josep Borrell, que, con buen criterio y previendo la que se avecinaba, ha dejado el foco del progresismo a toda esta conjunción planetaria de lumbreras.