El pesar cotiza a la baja en la dinámica profesional porque no hay nada más aburrido que un columnista instalado en la premonición catastrófica o atrincherado en el “ya les decía yo” para reprochar al mundo no haber atendido a tiempo sus sabios avisos. Una vez dicho esto, espero que entiendan que no es mi intención afearles nada, ni anunciarles el advenimiento de plagas y miserias sin límite. Me limitaré a decir que va a costar mucho trabajo entender como positivo y beneficioso el incremento de cargos y cargas que ha puesto en marcha este completísimo gobierno y que, a mi juicio, resulta del todo imposible defender la presencia en el organigrama diseñado por Sánchez y compañía de varias lunáticas presas del delirio ideológico, a las que vamos a pagar un sueldo público considerable a pesar de su rebosante historial de aproximación a la majadería. Desde el respeto a la salud mental de todos, creo que conviene llamar la atención cuando el dinero de nuestros impuestos sirve para retribuir a alguna chiflada. Les hablo de la nueva directora del Instituto de la Mujer, Beatriz Gimeno, y de la que fuera su pareja, Boti García, a la que han entregado una dirección general de Diversidad Sexual y LGTBI. Estas dos viejas conocidas de la afición, ahora con rango gubernamental, han sido durante años cabezas visibles de ese feminismo enloquecido que considera a los hombres seres inferiores, que propugna el lesbianismo como fórmula liberadora de la mujer o que dice que el camino más recto a la igualdad entre hombres y mujeres pasa porque las señoras penetren el ano de los señores. ¿Con qué? ¿Por cuánto tiempo? ¿Con qué frecuencia? No se sabe, pero ya sabe usted cómo tiene que ponerse para buscar la igualdad real. Tan real como que la directora general de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico-Racial, Alba González, ha presentado su dimisión por no ser negra. ¿Qué quieren que les diga? Que no nos vamos a aburrir. Eso sí que puedo pronosticárselo.
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