El error de hablar bien de Almería

El reciente Premio Nacional de Diseño de Moda, Adolfo Domínguez, acaba de estar en Almería presentando su primera novela, “Juan Griego”, en la que el diseñador que se hizo mundialmente famoso por el concepto de “la arruga es bella”, desgrana aspectos de la existencia humana reflexionando sobre parámetros políticos, económicos, e incluso relacionados con la física. Aún no he leído la obra y no puedo ofrecer una impresión sobre las capacidades literarias de quien tan buen gusto demostró sobre los patrones, pero si me fijo en esta presentación es porque unas horas antes de comparecer ante su público, concedió una entrevista a la Cadena SER en la que mostró su admiración y agrado por el modo en que está Almería a día de hoy. En ella, Domínguez aseguró que después de estar viniendo y conociendo Almería desde hacía cuarenta años, está encantado con la actual transformación y evolución urbana de nuestra capital y, de modo muy especial, por la estupenda integración de lo nuevo con lo antiguo. No daba crédito a lo que oía. ¡Un creador de reconocido prestigio hablando bien del modo en que Almería crece y avanza! Intuyo que a estas alturas, la Santa Compaña del Duelo y el Quebranto habrá salido ya esta madrugada velón en mano a recordar al diseñador gallego el atrevido error de ponderar lo que aquí se proyecta y lo que aquí se hace.

Almería es, como ya escribió otro gallego como José Angel Valente, una ciudad luminosamente mezquina y antipática en donde todo oscila entre lo malo y lo pésimo. Preciosa de paisajes, pero infame de paisanaje. Y de ahí no debemos salirnos, no sea que alguien vaya a pensar que a los almerienses nos gusta esta Almería con sus virtudes y sus defectos. Quizás sea momento de pensar en abandonar ese relato tan pesimista e invitar al optimismo a cuantos pesarosos y pesarosas han decretado una pausa en sus afectos por lo que se hace en Almería hasta que vuelvan a gobernar los que, en su opinión, jamás debieron dejar de hacerlo.