Sumergidos en el inacabable tsunami informativo de si al fin habría gobierno, o terceras elecciones, no fuimos capaces de valorar la catástrofe del hundimiento de Ciudadanos. Y después tapó ese fiasco la incredulidad sobre el Brexit, que da paso a una Unión Europea debilitada y a un “Reino presuntamente desUnido”. El capitán de Ciudadanos, Albert Rivera, después de una travesía de once años, cuando ya enfilaba la bocana del puerto del poder, incomprensiblemente dirigió su barco contra las rocas. Desaparecieron en las revueltas aguas políticas casi cincuenta diputados, varios senadores, y una legión de asesores y militantes, además de centenares de miles de votantes. En un bote salvavidas navegan aún algunos supervivientes con Inés Arrimadas, Ignacio Aguado, Juan Marín, Francisco Ygea y pocos más. Unos prefieren salvarse solos, quizás por honor, y otros que los recoja cuando antes un guardacostas de los populares. Veremos en qué termina el naufragio.
Pero es una tragedia, sin duda, para todos; no solo para ellos. Afecta al sistema político porque condena la formación del cualquier gobierno futuro a un pacto entre las derechas, incluyendo la ultraderecha cada vez más tóxica, o bien a otro acuerdo en el que son imprescindibles los nacionalistas y también los independentistas, aunque son dos conceptos distintos. El resultado del debilitamiento al máximo de Ciudadanos deja las opciones solo en dos frentes y eso es lo que quería evitar el gran Adolfo Suárez; exactamente el segundo Suárez. El primero pilotó la Transición con destreza, mientras que el segundo fundó el CDS para que el PSOE, o el PP, no tuvieran que depender de los nacionalistas insaciables de transferencias. Suárez llegó a destiempo y, además, enfermó. Rivera llegó puntual y estaba sano; pero se perturbó.
Es lo que hay. Este Gobierno va a durar más de lo que la oposición cree, aunque si sigue sumando errores comunicativos, como el de Venezuela, ya veremos. Durará porque lo que viene después es el abismo. Hoy, con una derecha más a la derecha, y con una izquierda más a la izquierda que antes, el espacio del centro es más amplio que nunca. Pero hay que ocuparlo. Ellos mismos, o bien otros. Un destacado empresario de la comunicación se sincera así: “No estoy preocupado por este gobierno, aunque subirá algo los impuestos y hará alguna tontería; estoy más preocupado por los míos con su seguidismo a Vox”. Durará porque Pablo Iglesias ya sabe que nunca será Presidente, pero sí vicepresidente, que ya lo es; su reconversión a la institucionalidad es perceptible. Y para estrenarse, “su” ministra de Trabajo ha firmado un acuerdo para elevar el salario mínimo con patronal y sindicatos. Impensable antes.
Con el actual mapa político, Ciudadanos tiene oportunidades. Juan Marín se queda en Andalucia, aunque Inés lo reclamaba como secretario general. Si resiste, aún bajando, puede decidir en el futuro el gobierno andaluz, o del PP, o del PSOE. O sea, lo que quería hacer Suárez; o lo que no supo hacer Rivera. Y quizás Ignacio Aguado en Madrid y Francisco Ygea en Castilla y León jueguen a eso, si retienen la mitad de su fuerza y los números dan.
Los primeros pasos de Arrimadas van por ahí, aunque la maniobra de alejamiento de Rivera deba ser prudente y posterior a su Congreso. No los den por muertos. El centro es necesario.
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Manuel Campo Vidal