¿Se han vuelto monárquicos en Podemos?

Fernando Jáuregui
23:29 • 03 feb. 2020 / actualizado a las 07:00 • 04 feb. 2020

La inauguración de la XIV Legislatura, con la presencia de Felipe VI pronunciando un discurso moderado, previsible, en el que, lógicamente, no citó los puntos más espinosos de la política nacional, ni se refirió para nada a las proclamadas ausencias de los independentistas, tuvo un punto muy novedoso y significativo: la presencia de un vicepresidente y de ministros de Unidas Podemos en el banco azul del Gobierno. Una novedad que suscitó muchos comentarios entre los asistentes al solemne acto: ¿puede contarse ya con el partido morado como plenamente incurso en eso que ha dado en llamarse 'fuerzas constitucionalistas'?


Si el giro que parece experimentar el mundo de Unidas Podemos se consolida y no está sujeto a las veleidades de su líder, quienes nos sentíamos, y sentimos, pesimistas ante la creación de este Gobierno de coalición, autotitulado 'de progreso', tendríamos, al menos, un factor para el optimismo. Pablo Iglesias, el vicepresidente que tanto ha abogado hasta ahora por el fin de la Monarquía, aplaudió con bastante entusiasmo la llegada del Rey al Congreso para inaugurar solemnemente la Legislatura y el único gesto de disenso, mínimo, que practicó fue presentarse sin corbata. Como, por otro lado, bastantes de su grupo, que, por el contrario, en ningún momento aplaudieron al jefe del Estado.


Pero allí estaban, participando plenamente en este acto solemne, los de Podemos, lo que les diferencia y distancia de manera clara de los cuatro grupos independentistas que anunciaban, inmediatamente antes del acto que inauguraba esta XIV Legislatura, las razones por las que se ausentaban de la Cámara legislativa: "el Rey no nos representa", dijeron Gabriel Rufián y otros portavoces. Lo que resulta obviamente contradictorio es el hecho de que Esquerra Republicana de Catalunya, el partido de Rufián, sea el principal soporte desde fuera de este Gobierno de PSOE y Unidas Podemos, que ha prometido defender la Constitución actual, inequívocamente monárquica.



Naturalmente, defiendo el pleno derecho de los republicanos a proclamarse como tales. Faltaría más, cuando una parte de la ciudadanía, y no solamente identificada con la izquierda, se siente anímicamente republicana. Incluso defiendo el derecho de quienes quieren independizarse de España de ausentarse de la inauguración de una Legislatura que ellos han contribuido, paradójicamente, a echar a andar. Pero hay que ver ahora cómo se conjuga todo esto. Dijo el Rey que "es la hora del Parlamento". Ya tocaba, la verdad. Llevamos cuatro años de práctica parálisis legislativa. Lo que ocurre es que esta XIV se presenta con tintes equívocos, llenos de contradicciones como las que hemos subrayado.


Pero si la labor de Sánchez, tras haber, por cierto, intentado evitarlo, conduce al siempre equívoco partido fundado y dirigido por Pablo Iglesias a una plena integración, aunque sea vía moquetas y despachos, en el sistema, bienvenida sea, por este lado, tal labor, por otro lado plena de confusiones, opacidades y desmentidos, que también eso es forzoso reconocerlo. Si, además, consiguiese estabilizar una cierta 'conllevanza' en el problema catalán -a ver qué ocurre este jueves, con la anunciada entrevista entre el presidente del Gobierno central y el que oficialmente sigue al frente de la Generalitat-, podríamos llegar a perdonarle incongruencias, falsedades y trucos mil para llegar y permanecer en La Moncloa. Pero, la verdad, no soy optimista a este respecto.



Como español, y una vez que hemos llegado hasta aquí, en el que creo que no ha sido el mejor de los trayectos, aspiro a que este Ejecutivo acierte, a que este Legislativo sea marco de grandes acuerdos transversales y a que nuestro Judicial se encauce por caminos más normalizados que hasta ahora. Veremos si la grandeza que el protocolo quiso dar a este momento se corresponde con los hechos en la dura vida cotidiana de un Legislativo que, en estos años, ha ido perdiendo vigor a chorros. Hora es de recuperarlo y de dejarse de juegos de patio de colegio.




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