Tras los recientes premios Grammy y el nuevo triunfo de Rosalía, ha vuelto la polémica respecto a las incursiones de esta chica en estilos que muchos dudan que domine. No me meteré en el gran charco de opinar sobre el mayor o menor porcentaje de flamenco que hay en su música porque intento no hablar de lo que no conozco y posiblemente este es el estilo musical que menos controlo, siendo el más cercano geográficamente. ¡ Ya tengo delito!
Pero me vuelve a sorprender la tabarra que dan algunos con ese concepto de la ‘apropiación cultural’. Sinceramente, no sabía yo que la cultura era propiedad de una raza, una región o de un país determinado y que el resto tienen que conformarse con mirar pero no tocar. Si esto fuese así, el protagonista de mi historia de hoy, Josef Zawinul, debió haberse quedado en su Viena natal, tocando valses al acordeón o interpretando a clásicos como Mozart, Beethoven o Haydn, que para eso nació en la cuna del clasicismo.
¿Cómo se le ocurrió a ese joven blanco cruzar el charco para impregnarse, dominar y acabar revolucionando la música de una cultura, la afroamericana, claramente distante y distinta de la suya?. ¡¡¡ menudo ladrón !!!. Hasta tuvo la osadía de americanizar su nombre – ‘llamadme Joe, please’ – y de comenzar su carrera profesional como acompañante de la más grande, Ella Fitzgerald.
Durante la década de los sesenta fue el pianista de uno de los combos más negros de la negritud jazzística, el de los hermanos Nat y Cannonball Adderley, en un país donde también se criticaba que Miles Davis contratase al divino Bill Evans por ser demasiado blanco. El racismo nos atiza desde donde menos lo esperamos.
Tras curtirse con muchos de los grandes del hard-bop, Zawinul comenzó a ir más allá, para acabar fundando, junto a su compadre Wayne Shorter, una de las bandas más influyentes del recién nacido jazz-rock en los 70, Weather Report.
Hasta que nos dejó, ya en el siglo XXI, experimentó con casi todo: swing, bop, hard bop, third stream – mezcla de clásica con jazz -, jazz-rock y hasta fusión con músicas africanas. Si existiese un ‘tribunal de lo musicalmente correcto’, al bueno de Joe le habrían caído tres o cuatro cadenas perpetuas por apropiación o la repatriación a su granja cercana a Viena, para tocarle el clarinete a las cabras, allí donde comenzó.
Seamos serios, creo que la apropiación de culturas y su posterior fusión ha sido el carburante para que el arte avance desde hace siglos y no puede acusarse de eso a ningún artista. Que nos guste o no lo que suena tras esa mezcla es ‘harina de otro cantar’.
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