Hay signos inquietantes en nuestra sociedad de tomarse la Justicia por propia mano. Por ejemplo, las patrullas de civiles que se organizan en el metro de Barcelona para atajar e intentar neutralizar la serie de robos y atracos violentos del que son víctimas, generalmente, las mujeres. Por ejemplo, la vía rápida y eficaz de encargar a una empresa privada el desalojo de unos okupas, que se han introducido en nuestro domicilio. Por ejemplo, la señora de Málaga, que se entera de que a una sobrina suya la ha atacado sexualmente el padre de una compañera -la sobrina es tan menor que está más cerca de la pubertad que de la adolescencia- localiza al abusador, sabe que es albañil, lo cita en su casa para hacer una reforma en el baño, y le propina una sangrante paliza.
En efecto, está feo tomarse la justicia por nuestra mano. Y prohibido. Pero, en un arranque de sinceridad, si a una nieta mía le hubiera sucedido algo parecido, tendría que reflexionar mucho para no imitar a la señora de Málaga. Y, si me encuentro con unos okupas en mi domicilio, y la Justicia que mantengo con mis impuestos me da una solución que tardará un año, mientras destrozan los muebles y las instalaciones de mi casa, en tanto la eficaz empresa privada me arregla el problema en tres días, y sin gastos de abogados, tendré que sujetarme mucho para no resistir la tentación.
En realidad, tomarse la Justicia por la propia mano es una consecuencia de la ruptura del contrato social, de que pagas impuestos por lo que no recibes; de que quienes gobiernan y administran lo hacen tarde y mal; de que, además de abonar la cuota anual del seguro, cuando tienes una avería la tienes que pagar de tu bolsillo. Ese es el resumen. No le busquen motivaciones complejas. A nadie le gusta ser el tonto del haba, que siempre paga el roscón.
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