Sánchez no es Suárez; ni Torra es Tarradellas, claro. Pero...

Fernando Jáuregui
01:04 • 08 feb. 2020 / actualizado a las 07:00 • 08 feb. 2020

He preferido aguardar unas horas, ver las reacciones no tan inmediatas, estudiar detenidamente 'el' documento, antes de lanzarme, lo que hago ahora, a valorar un encuentro, el de Sánchez y Torra, que me parece que puede tener mucha más trascendencia de la que algunos, creo que con precipitación, le han atribuido. De entrada diré que me alineo, con reservas, entre quienes piensan que la reunión entre el presidente del Gobierno central y el aún president de la Generalitat tiene más aspectos positivos, esperanzadores, que negativos, que también los hay. Y eso es precisamente lo que entre todos habrían de intentar corregir.


En primer lugar, el documento que Sánchez llevó a Torra, y que seguramente ni siquiera fue el núcleo central de la discusión, me parece perfectamente aceptable en casi todos sus puntos. Que, por cierto, responden básicamente a las mismas exigencias que primero llevó Artur Mas a Zapatero y luego Puigdemont a Rajoy, recibiendo ambos una negativa más o menos sonora. Eran otros tiempos y las cosas no habían llegado al estado lamentable en el que hoy se encuentran. A mí, al menos, percibir un clima de al menos diálogo entre el presidente del Gobierno central, que para nada es 'ilegítimo', contra lo que viene diciendo Vox, y el president de la Generalitat, aún no desprovisto de su cargo y, por tanto, tampoco 'ilegal', contra lo que afirma la oposición, me parece alentador.


Nadie, desde Suárez y Tarradellas, había llegado tan lejos en este diálogo. Ni siquiera Aznar, 'asociándose', en su primera Legislatura, con Jordi Pujol. Claro que Sánchez no es Suárez. Y, desde luego, Torra no es aquel molt honorable president, marqués de Tarradellas por concesión del Rey Juan Carlos en 1986, qué tiempos aquellos. Así que puede que este 'primer encuentro en la segunda fase' celebrado el pasado jueves no tenga mucho caudal, pero debo recordar que lo importante es mantener el contacto de manera respetuosa, sin pisar líneas rojas y sin, debería tenerlo muy en cuenta Sánchez, cuya palabra vale muy poco, que los españoles sientan que les están mintiendo y tergiversando su voluntad.



Y ahí está, me parece, el punto clave. La política de Estado requiere consenso con todos, o con los más posibles. No tratar de engañar a unos mientras a los otros se les enseña un trapo rojo, para despistar con maniobras de distracción. La oposición responsable -no me refiero en este terreno a Vox, que cae en no pocas demasías- debe entender que la 'cuestión catalana' no se solucionará ni con policías, ni con jueces, ni con artículos 155: algunas plumas habremos de dejarnos, a ambos lados del Ebro, en una negociación en la que Sánchez está obligado a fomentar la participación de la oposición. No en vano la comisión negociadora se denomina Generalitat-Estado, no Generalitat-Gobierno de turno, que es lo que Torra, Puigdemont y Esquerra Republicana, en sintonía al menos en esto, pretenden. De ninguna manera pueden el Gobierno, el PP y Ciudadanos caer en esa trampa. En esa negociación nos jugamos todos mucho.


Hablar de que Sánchez 'se bajó los pantalones' ante Torra, de presidencias 'ilegales e ilegítimas', acudir a los tribunales para denunciar encuentros políticos perfectamente asumibles y que deberían ser normales, escandalizarse porque el 'superasesor presidencial' inclinó no sé cuántos grados la cabeza para saludar a Torra, no son sino parte del espectáculo, centrarse en mirar el dedo que señala a la luna y no a la luna. Aunque quizá esté incurriendo en lo utópico, no quisiera pecar de 'buenista' ni de ingenuo: mi confianza personal en el señor Sánchez, que en algún momento quise tenerla, está ya muy escarmentada. Y mi fe en que los independentistas arriarán algún día su bandera 'de máximos' es, simplemente, inexistente. Ya solo creo en 'conllevanzas' sin duda difíciles, pero posibles. Y en ver qué nos depara el futuro.



Por ejemplo, mire usted, sin ir más lejos, esa interesante propuesta del alcalde de Oporto, el inteligente Rui Moreira, sugiriendo un 'Benelux a la ibérica', es decir, una especie de fusión limitada entre España y Portugal, el 'Iberolux'. Por cierto, que ya Adolfo Suárez, en su día, me dijo algo parecido, aludiendo a que 'el problema catalán, así como el vasco' necesitan soluciones imaginativas, aunque parezcan, precisamente, utópicas. Que es de lo que algunos miopes acusaban a Suárez: de mirar a la luna, y no al dedo. Y es que, como está ocurriendo con tantas cosas en esta 'era post 78', las fronteras, tal como las concebimos hoy, pueden saltar hechas pedazos mañana. O pasado mañana. Lo mismo que algunas ideas que en este cuarto de hora parecen tan consolidadas.




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